La sexta entrega de la saga protagonizada por Petra Delicado avanza siguiendo tres ejes diferentes: una nueva historia de amor en la vida de la inspectora, el pertinente caso y los problemas del subinspector Garzón para asumir que su hijo es homosexual. Estos serán los tres centros de atención que darán pie a la reflexión sobre otros muchos temas. Pero vayamos por partes.
En primer lugar, el caso. En esta ocasión, Petra tendrá que investigar la muerte de un mendigo, caso poco glamuroso para el resto del cuerpo policial pero no para Delicado, a quien este asesinato moverá por dentro. De hecho, al hilo del hallazgo del cadáver apaleado de Tomás "El Sabio", Petra se hará las preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez ante un sin techo (¿qué le sucede a una persona para llegar a este punto? ¿Cómo se puede perder todo lo que uno ha tenido en la vida? ¿Me podría pasar a mí?) e, incluso, llegará a dudar de una de sus máximas vitales: la defensa acérrima de su independencia y, ligada a ella, de su soledad. La que durante cinco novelas ha estado cantando las excelencias de la vida en solitario (aunque en ocasiones haya mostrado dudas, como la quinta entrega) y denigrando la vida marital y familiar, dudará ahora de sus propias convicciones, hasta el punto de plantearse vivir con alguien.
Creo que hay un cambio en la forma de construir el título de esta sexta entrega frente a las cinco restantes. Hasta ahora, los títulos hacían referencia explícita, aunque con un halo poético y metafórico, al caso investigado: Ritos de muerte alude a la práctica de marcar a sus víctimas que mantiene el violador de la primera novela; Día de perros, a una trama relacionada con estos animales; Mensajeros de la oscuridad, a la acción que ejercen (o creen que ejercen) los cabecillas de las sectas y/o algunas religiones; Muertos de papel hace referencia al entorno de la víctima del cuarto caso, un periodista del corazón y Serpientes en el paraíso está relacionado con las traiciones que subyacen en las profundidades de la apariencia de felicidad de algunos tipos de familia y organizaciones sociales. Sin embargo, Un barco cargado de arroz se refiere al sueño de uno de uno de los indigentes con los que Garzón y Delicado se relacionan al hilo del caso: quiere un barco de arroz para hacer paellas a los que pasan hambre. Es una quimera, un sueño; esa fantasía que todos tenemos y que, muchas veces, acaba olvidada, incumplida o, directamente, rota.
El caso propiciará las reflexiones de la inspectora sobre la indigencia (su soledad, su invisibilidad social), sí, pero también sobre la caridad, la que sale del corazón pero también la falsa caridad, la que se hace por conveniencia y hasta la caridad delictiva, la que practican aquellos que se aprovechan de la bondad de algunos en su propio beneficio. Y al hilo de todo ello, una crítica a una legislación que convierte en opacas las acciones y cuentas de las fundaciones, permitiendo que bajo su paraguas se oculten todo tipo de actividades, algunas no precisamente altruistas ni solidarias.
Garzón y la inspectora se quedarán de piedra, esta vez, cuando descubran de qué es capaz el ser humano por dinero, por defender sus posesiones, sus logros o sus creaciones; cuando comprendan que para algunas personas las cosas, lo material, lo económico están por encima de los seres humanos.
Finalmente, el hecho de que el mendigo haya muerto apaleado y que los sospechosos sean, en primera instancia, un grupo skin permite a la autora reflexionar sobre este tipo de bandas y sus integrantes y a la inspectora, mostrar su lado más duro y violento.
Los tres ejes argumentales, pese a configurar tramas diferenciadas, están perfectamente imbricados, gracias a la reflexión, la propia narración y a personajes como Yolanda, una guardia urbana a la que Delicado y Garzón pedirán ayuda con el caso, pero que acabará implicada en las otras dos corrientes narrativas.
Así, por ejemplo, respecto a la trama personal de Garzón, el subinspector querrá despertar la heterosexualidad de su hijo incitándole a una relación con la guapa y joven guardia urbana, intención que, obviamente, no saldrá bien y acabará distanciando al padre y al hijo. Y es que, pese a que Fermín conoce la teoría, le cuesta aceptar la práctica, asumir que su hijo es gay y que tiene una forma de vivir su vida diferente a la que él, como padre, le había imaginado. Los problemas de Garzón dan pie a unas jugosísimas conversaciones entre el subinspector y su jefa, en las que ambos ahondarán en sus prejuicios, los prejuicios de la sociedad, las apariencias, lo que es debido, lo que realmente importa en una relación, lo que los padres sueñan para los hijos y las decepciones a las que a veces les conducen esos sueños para acabar concluyendo que lo que importa es el cariño que une a dos personas y el intentar aceptar al otro tal y como es.
Garzón acudirá a Yolanda para "convertir" a su hijo pese a que, en un principio, la guardia no cae con buen pie en el tándem perfecto en el que se han convertido Garzón y Delicado. El subinspector no soportará de ella el estar siempre dispuesta a trabajar con ahínco ni su cháchara incesante; mientras que la inspectora empezará mal su relación tras contestar con un desaire a la manifestación de admiración y cariño que Yolanda le hace nada más conocerla personalmente. En el fondo, ambos se sienten amenazados por la juventud de la guardia (que a lo largo del caso pedirá su ingreso en el cuerpo de policía); Garzón, por motivos estrictamente profesionales (hay una reflexión sobre los métodos antiguos frente a los métodos policiales más novedosos, sobre la diferente forma de trabajar de jóvenes y veteranos...) y Petra, por motivos profesionales, pero también personales. La fuerza, la sensualidad, la juventud y la belleza de Yolanda harán que la inspectora se pregunte dónde quedó su propia juventud, su belleza y su sensualidad y hasta llegará a sentir celos de ella, por mucho que intente convencerse a sí misma de que es incapaz de sentir celos.
Y es que, a la vista está, Yolanda también servirá de nexo de unión entre el tercer eje (la nueva relación amorosa de Petra) y los demás. Un nexo no exclusivo, ya que el pilar que sostiene este tercer eje parte del principal, del caso: Ricard Castro es un psiquiatra al que Petra acude en el contexto de su investigación policial. Esta trama nos permitirá descubrir a la Petra íntima, la Petra de las relaciones sentimientales. Hasta ahora, además de sus dos maridos (presentado ya en la primera entrega), la inspectora había mantenido relaciones esporádicas con un veterinario en el segundo caso (él quiso más, pero ella ni se lo planteó), un ligero escarceo de recaída con su segundo marido, Pepe, que no fue a más en la tercera entrega; y un tórrido affaire con Alexander Rekov en la visita a Rusia que realizan, también, en esa tercera novela de la saga. Pero esta relación será diferente, porque las prisas de él acabarán arrastrado a la inspectora, quien llegará a plantearse una vida en común con él. Esto le hará reflexionar sobre su propia forma de ser, lo que quiere y con quién lo quiere. A este autoanálisis hay que sumar el certero perfil psicológico que le realiza Castro, aunque al final probará a la Petra más dura y solitaria.
Petra y Ricard vivirán una pasión desbordante aunque ella no dejará de poner las cosas en su lugar: no quiere dormir con él, ni galanteos pasados de moda (flores ni citas prefabricadas), quiere mantener su independencia... Pero su relación con él le hará sacar a la Petra que se preocupa de su propia imagen y se prepara para el encuentro con el psiquiatra (nada que ver con la sempiterna gabardina arrugada de la que nos habla en Serpientes en el paraíso), que anhela la belleza de la juventud y detesta los estragos del paso del tiempo, que siente celos, que vigila las reacciones de su pareja frente a otras mujeres... Hay una cierta pugna entre lo que Petra es o cree ser y lo que muestra en una relación sentimental. En cualquier caso, la relación no irá a más aunque quién sabe si dejará algún resquicio abierto en la férrea determinación de soledad y negación de un nuevo matrimonio de Petra.
Ricard y Fermín tendrán su propia relación personal, una relación que empieza, como no podía ser de otro modo, mal (Petra cree que por la resistencia al cambio propia de Garzón) pero que se irá suavizando y que dota a la novela de las escenas más cómicas de la obra.
Esta sexta entrega, publicada originariamente en enero de 2004, ahonda, aún más, en los perfiles personales de Garzón y de Delicado, además de ofrecernos un caso interesante que, como siempre, da lugar a reflexiones sociales y críticas de gran calado. Giménez Bartlett vuelve, pues, a demostrar, que se puede hacer una novela negra profunda que, más allá de la investigación policial, indague en las relaciones humanas personales y sociales.
Nos seguimos leyendo.
Ficha técnica:
Título: Un barco cargado de arroz
Autor: Alicia Giménez BartlettEditorial: Booket Género: novela negra, policíaca, thriller, intriga Páginas: 400Publicación 07/07/2005 ISBN: 9788423344215
Muchas gracias por la reseña. Reconozca que no he leído nada de esta autora, pero me la anoto para futuras lecturas...
ResponderEliminarBesos,
Yo tampoco la conocía... pero Petra me tiene conquistadísima.
EliminarGracias por tu comentario :)
Un beso!
Pues la conozco solo de oídas, pero tiene buena pinta, no me importaría leer alguno de los libros de la saga =)
ResponderEliminarBesotes
Si te animas, cuéntame que te parecen. La verdad es que no estoy encontrando demasiada gente que los conozca y me da rabia, porque a mí me parecen fantásticos, así que estoy ansiosa por compartir opiniones con alguien ;)
EliminarBesos!
Yo la conocí este año en Italia y estoy enamoradísima de su obra, cuento los libros que me quedan por leer porque no quiero agotarlos, què bueno es descubrir un filón de lectura que me divierta tanto. De hecho, ahora mismo estaba buscando alguna comprensiòn de sus textos para darla a los alumnos de español. No me explico còmo aquí arrasa y en españa apenas..
ResponderEliminarGracias.
Bea.