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miércoles, 6 de diciembre de 2017

"Cuentos mínimos", de Pep Bruno y Goyo Rodríguez: lo bueno, si breve, infinitamente bueno



Título: Cuentos mínimos
Autor: Pep Bruno
Ilustrador: Goyo Rodríguez
Editorial: Anaya
Género: microcuentos
Páginas: 64
Publicación: 30/04/2015
ISBN: 978-84-678-7137-1

 Cuentos que primero fueron tuits, ¿o son tuits que quisieron convertirse en cuentos? En cualquier caso, una recopilación de historias condensadas en unas pocas líneas que harán volar la imaginación del lector mucho más allá de sus páginas y de la red social en la que nacieron.
   "El abuelo pidió que sus cenizas fueran esparcidas por la casa. Desde entonces nos da no-sé-qué barrer o limpiar. Fue su mejor regalo".
   Pep Bruno lleva cinco años escribiendo (todos los días, que se dice pronto) un microcuento a través de Twitter (es decir, ajustado al número de caracteres que la red social permite en cada mensaje, que ya es reto) con el hashtag  #CuentoPB. Si no has tenido la oportunidad de leer ninguno, te recomiendo que busques ese tag en Twitter y lo hagas; te aseguro que la búsqueda va a merecer la pena. Y no solo porque sea curioso o complicado o alucinante que se pueda escribir un cuento diario de esas dimensiones sino porque, además, los microcuentos de Pep son fantásticos: bien escritos, contundentes, con su punto de humor o de sorpresa, con su mensaje y su poesía. Un trabajo de diez.
    Fruto de ese esfuerzo es este librito (¡cómo me hubiera gustado que fuera más gordo!) publicado hace ya dos años en el que se recogen algunos de esos cuentos tuit. En ellos podemos ver todo lo que he dicho antes: la capacidad de Bruno para sorprender, para hacer pensar, para sugerir, para evocar, para permitirnos recordar, para imaginar, para conseguir esbozar una sonrisa en nuestras bocas, para construir poesía en 140 caracteres o para hacernos soñar. En definitiva, para lograr la magia de la literatura pero en un formato condensado más concentrado que las pastillas de caldo de pollo.
    En total, el libro nos regala 50 historias, unidas de dos en dos por un mínimo hilo argumental, por alguna referencia, por el contexto, por el tema o por la ambientación pero, sobre todo, enlazadas gracias a la fabulosa labor de Goyo Rodríguez como ilustrador de unos cuentos tan maravilloso. Tampoco era fácil el reto de integrar dos microcuentos en una sola ilustración y él lo logra y lo hace, además, manteniendo el clima mágico que crea Bruno con sus cuentos. Aunque, para ser exactos (y aunque la ilustración vaya después del cuento en cuanto a su momento de creación), Rodríguez abre la puerta de la magia con sus ilustraciones (lo primero que vemos cada página) y Bruno nos lleva de la mano por ese mundo particular, bello, realista, onírico o poético creado por él a través de sus microrelatos.
   Publicada por Anaya, la obra está recomendada para lectores de a partir de 10 años pero creo necesario advertir que no se trata de una creación infantil. Los cuentos de Bruno no tienen edad y pueden ser consumidos en cualquier etapa de la vida, aunque la editorial considere que a partir de los diez años es un buen momento para empezar a hacerlo.
    En definitiva, una obrita espectacular que se degusta en nada pero a la que gusta volver de ver en cuando para paladear y para recrearse en la propuesta creativa y literaria que nos regala.
         Nos seguimos leyendo.
   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto 100 libros84/100
  •  Reto Genérico: 36 (1/2 relatos)/40

martes, 20 de mayo de 2014

"La luz de Candela", de Mónica Carrillo: amores que nos complican la vida

http://planetadelibros.com/la-luz-de-candela-libro-118371.html










Ficha técnica: 


Título: La luz de Candela          Autora: Mónica Carrillo          Editorial: Planeta  Género: novela contemporánea, romántica Páginas: 320  Publicación:  3/4/2014   ISBN: 978-84-08-12730-7

Sinopsis (editorial):


 ¿Qué ocurre cuando nos enamoramos de una persona que sabemos que nos va a complicar la vida? Candela es una fotógrafa a la que un día se le cruza el amor y la atropella, poniéndolo todo patas arriba. Y ya nada será como antes. El responsable de ese torbellino es Manuel, un joven modelo con el que vivirá una historia de amor tan fascinante como adictiva. La emoción de los primeros besos, la complicidad, la pasión. Pero también la angustia de quien no recibe todo lo que da. Y el apoyo incondicional y mágico de las amigas. La cara y la cruz del amor. Porque la vida sigue, siempre sigue…
  Intento no caer en los libros escritos por gente de la tele, porque luego una se lleva los chascos que se lleva, pero ceno todos los días con Mónica Carrillo (hasta Lucía, cuando vio la portada de La luz de Candela, dijo: "Mamá, la de las noticias") así que no podía por menos que hacer una excepción con esta mamá primeriza, como ella dice. 
   Me gustan los ojos de Mónica Carrillo y pensé que, tal vez, su libro me transmitiera tanto como su mirada. Y he llegado a la conclusión de que sí, de que en algo se parecen: ambos brillan, ambos sienten, ambos hacen sentir.
   Escuché a Carrillo decir en una entrevista que con esta novela quería distanciarse totalmente de su imagen de informadora y, para conseguirlo, se había volcado en el mundo de los sentimientos. Y así es. La luz de Candela es puro sentimiento, análisis y reflexión de lo sentido y lo vivido. Candela escribe desde el presente para exorcizar los demonios del dulce infierno que ha pasado con Manuel, un modelo profesional demasiado ególatra que da la sensación de no saber querer a nadie que no sea él mismo. Y digo da la sensación porque aunque constantemente estamos leyendo sobre él, la visión que se nos ofrece es la de Candela y la de sus amigas. Hasta el final no contrastamos esa imagen con lo que él verdaderamente sintió durante su historia de amor con Candela (o lo que recuerda que sintió o lo que dice que sintió, porque su voz aparece a través de una carta dirigida a Candela). Y tampoco es que entonces salga mejor parado, aunque algo más le entendemos.

UNA NOVELA PATCHWORK


    Carrillo realiza casi una labor de patchwork con su novela: nos cuenta la historia a través de fragmentos que mezclan voces, tipos de narrador y hasta géneros. En primer lugar, quien lleva la voz cantante es, obviamente, Candela, que habla en presente y en segunda persona a Manuel y desmenuza su pasado ante nuestros ojos, quizá queriendo comunicarse con él, efectivamente, desnudando su alma, diciéndole todo lo que no le dijo y también todo lo que dijo mil y una veces. Pero ese lamento apasionado hacia Manuel también sirve para que ella misma repase errores, hitos importantes y agujeros negros por los que se fue colando su relación. En ese análisis de su relación nos incluye a nosotros, los lectores, testigos de ese caudal sin freno de palabras y receptores de unas reflexiones que nos invitan a hacer lo propio, si no con la relación entre Candela y Manuel, sí con nuestra propia vida, o generalizando: ¿cómo sienten su relación cada uno de los miembros de una pareja que no se quiere de la misma manera? ¿Qué ocurre cuando los tiempos no coinciden? ¿Y cuándo uno se queda atascado en el desamor? 
     En segundo lugar, la voz de Candela deja de lado, en determinados momentos, la narrativa para hablarnos (y seguir interpelando a Manuel) a través de poemas cargados de sentimientos. 
   Además, Carrillo da entrada a las voces de las amigas de Candela, testigos del amor y del desamor, que nos van contando distintos capítulos de la relación de la protagonista, desde ópticas diferentes, mezclando sus propias historias personales y, sobre todo, a través de unos chispeantes y divertidos diálogos que, para mí, son lo mejor de la novela. 
  Finalmente, antes de cada uno de los capítulos narrados por Candela, aparece un microcuento que se va ajustando a la trama y que ofrece un pensamiento concentrado en apenas unas líneas. Aunque, obviamente, todos hablan de lo mismo (el desamor, el amor infortunado, la nostalgia por el amor que se fue o el recuerdo de algún momento feliz, aunque, visto desde el presente, siempre duele), hay algunos realmente bonitos y otros, simplemente maravillosos.

LA NOVELA Y SUS JUEGOS


   Tanto el recurso a la poesía como la concentración que supone el microcuento le sientan muy bien a una narración con la que comparten muchas características: transmisión de emociones, belleza formal, condensación y una fluidez que se consigue a través del fragmentarismo que acabamos de analizar y de unos capítulos muy cortos. Carrillo juega, así, con el ritmo narrativo al ir alternando esa sensación de rapidez que dan capítulos, diálogos, poesía, microcuentos y cambio de voces, lugares y tiempos con el sosiego y la profundidad del análisis de sentimientos de los fragmentos de Candela. Frente a esa agilidad, a veces he tenido la sensación, mientras leía, que los capítulos de Candela me dejaban tan atascada en la novela como lo está ella en su propia vida.
  Pero el que lleva a cabo con el ritmo no es el juego más notable ni el más frecuente de la novela: a lo largo de la obra (y ya sea en los microcuentos, como en la poesías, en los diálogos o en las palabras de Candela) hay constantes juegos de palabras. Juegos que a veces introducen matices de humor pero otras veces de melancolía y que siempre hacen pensar en el trabajo de la escritora que ha dado a luz a La luz de Candela.
    Y casi tan frecuentes como los juegos de palabras son las referencias a películas y canciones, que dan pie a juegos de imágenes, a la creación de metáforas y hasta a la construcción de un capítulo con letras de canciones y otros con diálogos y títulos de películas.
    Como poso de tanto juego y de tanto sentimiento queda la reflexión sobre si nos enamoramos de alguien de verdad o de la idea que nos hacemos de ese alguien, si esperamos demasiado de los demás sin que ellos ni siquiera sepan lo que esperamos o que estamos esperando, o las consecuencias psicológicas y sentimentales de las relaciones tóxicas que dejan tu presente colgando al borde del precipicio, hasta que saltas al vacío o haces el esfuerzo por volver a tierra firme y continuar tu camino en dirección contraria.
    Nos seguimos leyendo.  



    Agradezco a Planeta el envío de este ejemplar.

   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto100 libros: 37/100
  •  Reto Autores Noveles: 4 
 

viernes, 26 de abril de 2013

“La aldea de F.”, de Las Microlocas: descubriendo la extraordinaria ciudad del tren descarrilado


Ficha técnica:


Título: La aldea de F.      Autoras: Las Microlocas
Editorial: Edición Kindle (Amazon)                                 Género: microrrelatos Páginas: 180 (aprox.)
Publicación:  Enero 2013    ASIN: B009NY1CKG

Sinopsis (editorial):


  Un desierto inhóspito, lleno de secretos y criaturas de leyenda. Un tren cargado de viajeros que se extravía, que penetra en la arena infinita y desgasta sus ruedas hasta los ejes, dejando a sus pasajeros abandonados en ese extraño limbo. Pasajeros que convierten las charlas incómodas del vagón en amistades y odios eternos; miradas furtivas que se transforman en romances imposibles y desgraciados.
   Todos ellos fundarán en el desierto la Aldea de F., donde los niños juegan al escondite con el esqueleto oxidado del tren y las historias surgen en los rincones más insospechados.
   En este libro de microrrelatos hemos podido encerrar más de un centenar que sin duda servirán para esbozar la historia de esta aldea llena de amor y sangre, de magia y muerte, en la que las dunas ocultan lo impensable; los dioses se disputan a los vivos, los espectros burlan las leyes de la naturaleza y la muerte se esconde en una carta de tarot.
     Hay veces en las que un libro te absorbe. No porque la trama te mantenga en vilo (o no solamente por esa razón) sino porque abrir sus páginas es como hacer un viaje, como transportarte al mundo que ha creado el autor. Aunque sea, como en este caso, un libro escrito a ocho manos y el destino sea la Aldea de F., punto geográfico literario en el que descarriló un tren hace muchos muchos años. 
     Las Microlocas o, lo que es lo mismo, Eva Díez Riobello, Isabel González, Teresa Serván e Isabel Wageman, parten de un relato de Arreola para dar cuerpo a la aldea en la que descarriló el tren del autor, creando personajes que la habiten, sueños que la hagan crecer, costumbres que la normalicen, muertes que la entristezcan, amores que la perpetúen, fantasías que la llenen de vida. 
     Dividido en cuatro partes, los microrrelatos contenidos en este libro reconstruyen los andamios sobre los que se asienta la colectividad de F. Así, en la primera parte, titulada “La Aldea”, las autoras nos ponen en contacto con los peculiares seres que la habitan: los que bajaron del tren averiado, los que han ido llegando, los que se han ido, los que se quedaron atrapados en el esqueleto de hierro y carbón. Conocerlos es enamorarse de ellos, es descubrir sus costumbres, sus creencias, su modo de vida. Conocerlos es mudarse con ellos a la Aldea de F. 
      La segunda parte, “Uno de esos accidentes”, indaga en la reacción de los habitantes ante una de las grandes preocupaciones del ser humano: la muerte. Con ironía, con cierto surrealismo, con paradojas, pero con la verdad por delante, las cuatro autoras ofrecen hechos y propuestas alternativas, reflexiones y preguntas sobre un suceso que, en F., hasta se puede rehuir, siempre y cuando la invites a unos cuantos tragos en el bar. 
   En “Terreno impracticable”, la tercera parte de la obra, Las Microlocas continúan descubriendo tradiciones y sucesos ocurridos en la Aldea de F., con especial hincapié en las historias de pareja, las historias de amor o de desamor, las rivalidades, las decepciones, los pequeños logros, el día a día de quienes tejen la vida de la aldea con sus actividades cotidianas. 
      La cuarta parte, “Traviesos”, está dedicada a los niños de la aldea. Esos que dejan volar la imaginación para salir del desierto en el que se ubica F. y que son capaces de crecer dentro de cohetes espaciales o de encontrar oasis entre las arenas que rodean a la aldea. 
      Las Microlocas sumergen al lector en un universo propio habitado por unos seres a los que vamos conociendo sin pausa y con la prisa propia del cuento que acaba en un suspiro. La ternura, el amor, la amistad caminan de la mano de la brutalidad o de ciertas descripciones y narraciones truculentas para pintar el lienzo por el que discurre la vida misma, con sus dichas y sus miserias. Mientras, las paradojas y las sorpresas van construyendo los relatos e involucrando al lector en una obra en la que los objetos, las frases y las imágenes caminan de relato en relato, creando una senda que seguir, dando lugar a un itinerario que va de autora en autora, de micro en micro, de personaje en personaje, unificando esta construcción a ocho manos. 
     Mención especial merecen, para mí, tres de las constantes del libro que más me han gustado: el léxico asociado al mundo de la costura (que, en asociaciones inesperadas, sorprendentes y maravillosas, sirve hasta para construir y destruir edificios, trenes, vías y personas), la exploración del terreno de la infancia y, ligado a él, la deconstrucción de cuentos tradicionales, imaginando situaciones diferentes (chocantes, paradójicas, alternativas, deliciosas) para las historias o personajes de los que hemos oído hablar toda la vida. 
   Este diálogo interliterario no se produce solo con los cuentos tradicionales. Como he dicho al principio de la reseña, al hilo del origen de la obra, las referencias, influencias y transgresiones se establecen con prácticamente toda la historia de la literatura, especialmente, con los autores y cuentistas latinoamericanos. Esa influencia latinoamericana, ese tipo de realismo (mágico, extraño, diferente) o de surrealismo, esa manera de contar, esa dulzura que hiere o esa verdad escupida a la cara que te hace temblar el corazón están muy presentes en todos los microrrelatos de La Aldea de F. Como explica Clara Obligado (coordinadora de la obra y, a la sazón, fundadora del grupo, por cuanto fue ella quien presentó a las cuatro integrantes de Las Microlocas), se trata de un homenaje, sí, pero también de un entrecruzamiento, de una asimilación: somos lo que leemos y escribimos lo que somos. “No hay otra manera de leer que no sea a través de los autores que veneramos, ni otra manera de escribir que no sea vampirizándolos”, explica Obligado, en una cita que me parece que explica a la perfección las influencias de la obra y que es tan certera como maravillosa. 
    También habla Obligado en la nota final del libro del proceso de creación de los microrrelatos, de la variedad de voces que se acaban unificando, de la coherencia dentro de la diferencia, de los estilos personales de cada una de las autoras que se van contagiando de unas a otras como un extraordinario virus de creatividad y encanto. 
     Los micros de Las Microlocas son como las pipas: empiezas y no puedes parar. Son pequeños, ágiles, se leen tan bien, que cuando quieres darte cuenta ya formas parte de los habitantes de F. y cuando más estás disfrutando con las travesuras de los niños, llega la última página. Me han gustado y emocionado tanto tanto tanto que, desde aquí, quiero responder a las palabras que las autoras dedican al lector al final de la obra: volveré, seguro. Volveré a tomar el tren que me lleve a la Aldea de F. porque creo que se convertirá en mi lugar de vacaciones, mi lugar de recreo, mi lugar de reflexión. Ese rincón del universo en el que te sientas, con todo el tiempo del mundo por delante, a observar, a mirar, a pensar, a conocer, a sentir y a disfrutar. Y, por supuesto, recomiendo esta obra que se lee en unas horas a todo el que quiera pasar un rato con nosotros, los habitantes de F. Viajando de lector en lector, de estación en estación, quizá su tren también descarrile en nuestra aldea, en la que todos son bienvenidos, en la que la vida gira alrededor de un tren sin destino, en la que todo pasa porque alguien se salió del camino marcado. 
   Nos seguimos leyendo.      

   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto 13.000 páginas: 180/13.000
  •  Reto Relatos: 3/3¡¡SUPERADO!!
  •  Desafío100 libros: 36/100
  • Reto Sumando: 14/2013
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