Título: La habitación de los niños
Autora: Valentine Goby
Traducción: Isabel González-Gallarda
Editorial: Siruela
Género: novela histórica, intimista
Páginas: 200
Publicación: Marzo 2016
ISBN: 978-84-16638-69-7
1944, campo de concentración de Ravensbrück. Cuarenta mil mujeres libran una batalla diaria por la supervivencia en un universo en el que la vida no tiene cabida. Pero siempre hay un espacio para la esperanza: la habitación de los niños.
Mila, una jovencísima militante de la Resistencia francesa, es deportada a Ravensbrück tras ser detenida en una acción clandestina. Al igual que las demás prisioneras políticas, se siente aliviada al saber que no será condenada a muerte, pero lo ignora todo sobre el viaje que le aguarda y las normas necesarias para sobrevivir en su futuro lugar de confinamiento. Gracias a la solidaridad de las compañeras y a una tenacidad inquebrantable, Mila conseguirá vislumbrar un rayo de luz en mitad de las tinieblas al descubrir el Kinderzimmer, un barracón destinado a los recién nacidos; un lugar lleno de vida en mitad de un paisaje de desesperación al que la protagonista se aferrará con todas sus fuerzas, por ella y por el niño que lleva en su seno.
En esta intensa y conmovedora novela, convincente recreación de uno de los más dramáticos episodios de la historia del siglo XX, Valentine Goby consigue articular lo indecible, transmitiéndonos todo el coraje y la esperanza de un grupo de mujeres anhelantes de libertad.
Mira que he leído libros duros, que he leído libros sobre la II Guerra Mundial, el nazismo y los campos de concentración y mira que he leído libros duros sobre esa temática (jamás olvidaré La bibliotecaria de Auswitch o Y tú no regresaste)... pero creo que pocos como este. Me atrevería a decir que es el libro más duro que he leído en mi vida. Y es cierto que nuestra sensibilidad (en general o hacia un tema en concreto) en el momento en el que leemos un libro es determinante, pero este libro es duro lo leas cuando lo leas. Es más, recomiendo leerlo (porque recomiendo leerlo, y lo hago, además encarecidamente) en una época de estabilidad, tranquilidad y felicidad. Porque si no... En fin, no sé qué podría pasar si no tienes el estado mental adecuado para enfrentarte a lo que nos cuenta Valentine Goby.
Aunque, pensándolo bien, más que contarnos, Goby nos lleva al campo de Ravensbrück y logra que compartamos sensaciones con quienes llegan a él al comienzo del libro (Mila y su prima Lisette). Y uno de los métodos mediante los que consigue meternos en el campo, en el horror que vivieron las 132.000 personas que se calcula que estuvieron presas en él, es el uso del lenguaje y el estilo en el que nos llega la historia. Por un lado, el narrador en tercera persona omnisciente pretende ser aséptico y mostrarnos la realidad tal cual es, sin paños calientes, sin medias tintas, si eufemismos. Pero, en ocasiones, utiliza una segunda persona que viene a ser una especie de conciencia de Mila, alguien que a veces le recrimina, a veces le aconseja y muchas veces le da ánimos para continuar.
El estilo (pulcro, desnudo, parco y tremendamente certero) también favorece esa impresión de asepsia que hace que el texto duela. Pero, a veces, ese estilo pulcro se contagia por unos toques de poesía que no embellecen el momento si no que hacen duela aún más. Todo ello consigue no solo que te involucres en lo que se cuenta sino que reflexiones sobre cómo te han contado este mismo cuento otras veces, cómo se han suavizado algunas aspectos, cómo se han poetizado otros e, incluso, cómo en ocasiones se han regodeado en los puntos más dramáticos pero olvidando que ese dramatismo le pasó a alguien, que hubo un ser humano detrás de ese dolor.
Y aquí no ocurre eso. Aquí no se pierde el punto de vista humano (para lo bueno pero también para lo malo) en ningún momento. Siempre ves que ese dolor, ese bastonazo, ese robo, esa muerte, ese castigo; esa esperanza en la libertad le ocurre a alguien, hace que alguien sienta y, por lo tanto, tú también lo sientes.
Como también sientes (porque la autora es capaz de hacer que lo sientas) la incertidumbre que siempre provoca que te hablen en un idioma que desconoces. Cuando Mila y Lisette llegan a Ravensbrück, uno de sus primeros problemas es acatar una serie de órdenes que no comprenden. ¿Cómo obedeces a quien no entiendes? Pero Goby mantiene ciertas palabras en alemán durante todo el texto, por lo que la reflexión sobre el lenguaje y los límites que nos marca en el conocimiento del mundo continúa vigente durante toda la obra. Y su incomprensión (¡qué fácil lo tenemos hoy con internet!) favorece esa sensación de miedo, de ausencia, de temor a equivocarse y a sus consecuencias.
Goby recrea, pues, de manera soberbia pero terriblemente descarnada, la realidad de las 40.000 mujeres con las que compartió espacio esta Mila inventada pero que podría haber sido cualquiera de ellas. Cualquiera que tenía una vida, que luchó por lo que creía justo y que acabó convertida en un esqueleto humano y sin dignidad alguna. Cualquiera que llegó a Ravensbrück con un hijo creciendo en el vientre y que tuvo que parir de cualquier forma entre el frío, la mugre, los piojos y el hambre. Cualquiera que tuvo que luchar por sacar a su hijo adelante y ver cómo otros niños morían tras los tres meses de esperanza de vida que concedía a los recién nacidos la forma de vida en el campo. Cualquiera que perdió a alguien allí, cualquiera que se preguntó si le quedaría alguien fuera, cualquiera que perdió la esperanza y cualquiera que se agarró a la más mínima señal para seguir viviendo.
En definitiva, un libro tremendo, muy difícil de leer pero que todos deberíamos leer. Un libro que nos hace sentir y reflexionar y, sobre todo, desear que todo aquel horror no se vuelva a repetir. Jamás.
Nos seguimos leyendo.
Aunque, pensándolo bien, más que contarnos, Goby nos lleva al campo de Ravensbrück y logra que compartamos sensaciones con quienes llegan a él al comienzo del libro (Mila y su prima Lisette). Y uno de los métodos mediante los que consigue meternos en el campo, en el horror que vivieron las 132.000 personas que se calcula que estuvieron presas en él, es el uso del lenguaje y el estilo en el que nos llega la historia. Por un lado, el narrador en tercera persona omnisciente pretende ser aséptico y mostrarnos la realidad tal cual es, sin paños calientes, sin medias tintas, si eufemismos. Pero, en ocasiones, utiliza una segunda persona que viene a ser una especie de conciencia de Mila, alguien que a veces le recrimina, a veces le aconseja y muchas veces le da ánimos para continuar.
El estilo (pulcro, desnudo, parco y tremendamente certero) también favorece esa impresión de asepsia que hace que el texto duela. Pero, a veces, ese estilo pulcro se contagia por unos toques de poesía que no embellecen el momento si no que hacen duela aún más. Todo ello consigue no solo que te involucres en lo que se cuenta sino que reflexiones sobre cómo te han contado este mismo cuento otras veces, cómo se han suavizado algunas aspectos, cómo se han poetizado otros e, incluso, cómo en ocasiones se han regodeado en los puntos más dramáticos pero olvidando que ese dramatismo le pasó a alguien, que hubo un ser humano detrás de ese dolor.
Y aquí no ocurre eso. Aquí no se pierde el punto de vista humano (para lo bueno pero también para lo malo) en ningún momento. Siempre ves que ese dolor, ese bastonazo, ese robo, esa muerte, ese castigo; esa esperanza en la libertad le ocurre a alguien, hace que alguien sienta y, por lo tanto, tú también lo sientes.
Como también sientes (porque la autora es capaz de hacer que lo sientas) la incertidumbre que siempre provoca que te hablen en un idioma que desconoces. Cuando Mila y Lisette llegan a Ravensbrück, uno de sus primeros problemas es acatar una serie de órdenes que no comprenden. ¿Cómo obedeces a quien no entiendes? Pero Goby mantiene ciertas palabras en alemán durante todo el texto, por lo que la reflexión sobre el lenguaje y los límites que nos marca en el conocimiento del mundo continúa vigente durante toda la obra. Y su incomprensión (¡qué fácil lo tenemos hoy con internet!) favorece esa sensación de miedo, de ausencia, de temor a equivocarse y a sus consecuencias.
Goby recrea, pues, de manera soberbia pero terriblemente descarnada, la realidad de las 40.000 mujeres con las que compartió espacio esta Mila inventada pero que podría haber sido cualquiera de ellas. Cualquiera que tenía una vida, que luchó por lo que creía justo y que acabó convertida en un esqueleto humano y sin dignidad alguna. Cualquiera que llegó a Ravensbrück con un hijo creciendo en el vientre y que tuvo que parir de cualquier forma entre el frío, la mugre, los piojos y el hambre. Cualquiera que tuvo que luchar por sacar a su hijo adelante y ver cómo otros niños morían tras los tres meses de esperanza de vida que concedía a los recién nacidos la forma de vida en el campo. Cualquiera que perdió a alguien allí, cualquiera que se preguntó si le quedaría alguien fuera, cualquiera que perdió la esperanza y cualquiera que se agarró a la más mínima señal para seguir viviendo.
En definitiva, un libro tremendo, muy difícil de leer pero que todos deberíamos leer. Un libro que nos hace sentir y reflexionar y, sobre todo, desear que todo aquel horror no se vuelva a repetir. Jamás.
Nos seguimos leyendo.
Incluyo este libro en los siguientes retos:
- Reto 100 libros: 48/100
- Reto Genérico: 28 (1/1 histórico de pasado reciente)/40
- Reto Mujeres Laureadas: 3/5 (Premio de los Libreros franceses 2014)
- Reto Yincana Histórica: 4/35