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martes, 30 de diciembre de 2014

"Las olas", de Virginia Woolf: una forma muy diferente de contar

Las olas (Virginia Woolf)

Título: Las olas
Autora: Virginia Woolf
Editorial: DeBolsillo
Género: novela
Páginas: 304
Publicación: Octubre 2011
ISBN: 9788499890470

  Desde el momento de su publicación, Las olas ha sido considerada una de las obras capitales de la narrativa contemporánea, tanto por la original e hipnótica belleza de su prosa como por la perfección de su revolucionaria técnica. Con el paso de los años, su influencia en la literatura ha ido acrecentándose. La novela desarrolla, al compás del batir de las olas en la playa, seis monólogos interiores que, como un tapiz a cada instante tejido y destejido, formulan el relato caleidoscópico de la vida de seis personajes desde su infancia hasta la vejez.
   No me esperaba que Las olas fuera como ha sido. Es lo que tiene lanzarse a la aventura de estrenar libro sin leer nada antes de hacerlo. Pero me gusta que me sorprendan, que me propongan retos que hay que ir solucionando y que encuentre por mí misma la salida al laberinto que construyen para el lector algunos autores.
   Y es que al principio, no sabía ni quién hablaba ni cuándo. Toda la novela está construida a través de una serie de monólogos interiores de diferentes personajes. Pero lo curioso es que están escritos en presente pero introducidos por un verbo dicendi en pasado (así: "Veo un aro que pende sobre mí", dijo Bernard), así que hasta que entré un poco en la novela no conseguí hacerme con esta técnica que fue revolucionaria en su época (según leí después en la sinopsis) pero que todavía hoy sigue siendo sorprendente. 
    Obviamente, lo primero que pensé fue ¿y por qué este cambio de tiempos de verbales? Lo primero que se me ocurrió fue que el uso del presente actualiza los recuerdos. Cada uno de los protagonistas habla desde un pasado de algo presente, así que pensé que les ocurriría como cuando traes hasta tu memoria un recuerdo muy querido y, por unos minutos, quizá solo segundos, te parece que estás viviéndolo otra vez. Es el presente de lo que nunca muere, el presente de lo que permanece. O, como dice uno de los personajes, "todas esas cosas ocurren en un segundo y duran para siempre". El hecho de que los primeros recuerdos fueran de la infancia fue el detonante de esta primera deducción mía, pero a lo largo de la novela empecé a tener otras sensaciones: en otros momentos, ese presente es el presente de la incertidumbre, del qué pasará. Lo vi muy claro con las dudas sobre el futuro que tiene Bernard cuando se reúne con sus amigos después de comprometerse. ¿Cómo será mi matrimonio? ¿Qué pasará con mi relación con mis amigos cuando tenga a alguien con quien compartir la vida? Aunque eran hechos pasados, el presente ponía una nota de inestabilidad, de inseguridad, de falta de certezas.
   En un momento dado, hasta uno de los personajes habla de los tiempos verbales: "Cada tiempo verbal tiene un significado diferente. En este mundo hay un orden; hay distinciones, hay diferencias, en este mundo en cuyo umbral me encuentro. Sí, porque esto es sólo el principio". Así que pensé que el juego de presente y pasado continuo también era una forma de desordenar el inevitable orden cronológico de la vida. Muchas veces la literatura ordena los hechos pero también es verdad que a veces es necesario desordenarlos para comprender las relaciones (en ocasiones invisibles a primera vista) que se establecen entre ellos. O, tal vez, Woolf solo nos proponga un juego, un vaivén en el que el tiempo o el orden de lo acontecido es lo de menos y lo de más es la importancia de cada una de las escenas que se nos pintan. Aunque también es verdad que esas escenas, aunque elegidas a posta y entre las que median, en ocasiones, incluso varios años, están dispuestas a lo largo de la novela en riguroso orden cronológico: desde la niñez hasta la vejez.
   Finalmente, cuando avancé bastante en la novela y vi que el tema de las olas era un escenario permanente y una metáfora constante, se me ocurrió que ese juego de presente y pasado también producía un efecto de imitación del vaivén de las olas, lo mismo que la propia estructura de la obra en la que se intercalan estas escenas de las que hablo con una serie de descripciones poéticas, en cursiva, en las que el paisaje, el mar y sus olas son protagonistas. Este juego que se establece entre la narración y la descripción potencia la sensación de ir y venir de las olas y, además, establece un paralelismo muy bello dentro de la propia obra: en las narraciones de los niños que se acaban convirtiendo en ancianos a medida que uno lee, la autora nos guía a través de algunos de sus episodios de sus vidas, desde su niñez hasta su ocaso, mientras que en las descripciones, es el día el que va desperezándose, alcanzando su culmen y viajando hasta la puesta del sol.


NARRACIÓN INDIRECTA Y SECUNDARIA

 

   Otro de los aspectos curiosos de esta novela es que, en contra de lo que suele ocurrir, Woolf nos propone una especia de narración secundaria e indirecta, por llamarla de alguna manera (desconozco si hay un nombre técnico para esta forma de contar las cosas. Tendré que investigar). Me explico: generalmente, en una novela se cuentan las cosas que van pasando. Por ejemplo, un grupo de amigos se reúne tras el compromiso de uno de ellos y lo que se nos cuenta es, precisamente, eso: que se reúnen, dónde se reúnen, si se abrazan al verse y, por supuesto, se transcriben los diálogos de las conversaciones que se están produciendo en la mesa. Sin embargo, Woolf hace que, de algún modo, nos enteremos de que se reúnen pero, en realidad, no sabemos qué ocurre ni de qué hablan porque lo que nos cuenta es lo que cada uno de ellos va pensando durante la comida, tenga o no tenga relación con lo que está pasando. De algún modo, esa forma de narrar (recuerdo, mediante monólogos interiores) da la impresión al lector de que se quiere contar lo profundo, lo que se esconde tras las conversaciones (quizá triviales) que se están produciendo entre ellos. Pero, al mismo tiempo, hace que tenga un conocimiento de los hechos indirecto, tangencial. 
  Es, desde luego, una manera peculiar de presentar tanto a los personajes como la propia acción de la novela. Conocemos a los personajes a través de sus pensamientos, muchas veces divagaciones poéticas, en vez de a través de lo que hacen y solamente, en ocasiones, sabemos qué han hecho gracias a lo que nos cuenta algún otro de los personajes. Uno de ellos habla de un biógrafo y esa es la idea: un biógrafo se quedaría en la narración de los hechos, obviando los pensamientos, deseos y frustraciones más íntimas, mientras que Woolf hace justo lo contrario. Nuevamente, una forma bastante indirecta de darnos a conocer lo que está ocurriendo en la novela. Al final, la impresión que queda es que lo que pasa no importa, que lo que importa es lo que cada uno es por dentro, lo que piensa, lo que siente, lo que echa de menos, lo que cree que pudo ser y se quedó por el camino.
   Porque también hay mucho de esto en la narración de Woolf: un análisis de las relaciones ocultas que se establecen entre ellos (amores no confesados pero también odios, aunque solo sean puntuales) y de las frustraciones personales de cada uno de ellos, sobre todo a medida que avanza la novela, es decir, la vida, de esos personajes y ven cómo sus días no han sido tan excepcionales como pensaron/imaginaron/planearon que serían.
   De igual modo, ese acercamiento indirecto, ese uso del monólogo interior en vez de la narración directa y este captar los pensamientos más sinceros de cada uno de ellos también nos habla de la radical soledad del ser humano, de esa individualidad que nos condena a pesar de estar rodeados de gente.
   Woolf selecciona una serie de escenas, la mayoría de ellas correspondientes a momentos en los que el grupo de amigos se reúne, para contarnos también la historia de la pandilla en sí, eso sí, a través de sus individualidades. Los monólogos se presentan, así, a veces como complementarios o encadenados (unos continúan o responden a otros) pero también en ocasiones asilados, sin relación entre lo que se ha dicho antes y lo que se dirá después, más allá del mero paso del tiempo, lo que potencia esa sensación de soledad e individualidad. No obstante, el balance final que percibe el lector es una visión de conjunto bastante equilibrada, con cierto perspectivismo, aunque compuesta por individualidades. Es como una flor: el lector ve el conjunto, la flor, pero esta no es más que la suma de sus pétalos y su tallo.
   El ritmo lento y el estilo poético ponen la guinda a este pastel tan sorprendente pero que transmite tantísimo, tanto en su forma como en su contenido. Desde luego, una novela magistral que propone bastantes retos al lector.
    Nos seguimos leyendo.

   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto autores de la A a la Z: W 
  •  Reto Grandes Monstruos de la Literatura: 3/10
  

martes, 9 de septiembre de 2014

"Ulises", de James Joyce: colocando al lector en el centro del laberinto

http://www.catedra.com/fichaGeneral/ficha.php?obrcod=1145774&web=01


Título: Ulises

Autor: James Joyce
Editorial: Cátedra
Género: novela experimental
Páginas: 1.104
Publicación: Julio 2005
ISBN:  978-84-376-1725-1

  El título evoca al protagonista de la Odisea de Homero, cuyo hilo argumental es seguido por Joyce con un sentido irónico y burlesco. Esta nueva odisea está protagonizada por un hombre de clase media, Leopold Bloom, que tiene que afrontar asuntos problemáticos relacionados con la familia, la Iglesia y el Estado a lo largo de 24 horas que dura el relato. Uno de los mayores logros de la novela es el monólogo interior, tanto del personaje central (al estilo del examen de conciencia jesuítico) como de su esposa, Molly Bloom. Obra fundamental de la literatura universal, considerada obra maestra y genial, constantemente citada y admirada como obra de referencia por todos los escritores. Se publicó por primera vez en París en 1922.
   Hay quien solo ve la relación entre la Odisea y el Ulises en el título y quien ha descubierto en ella una serie de paralelismos que unen irremediablemente a una y a otra (también hay quien cree que no hay tal relación y que todo son inventos de la crítica o que forma parte del peculiar humor de Joyce). Yo no soy quien para quitar o poner la razón a nadie pero sí he notado, mientras leía Ulises, una relación fundamental entre ambas: yo misma me he sentido como Odiseo en cada capítulo, porque cada uno de ellos es una aventura nueva capaz de sorprenderte y una nueva prueba que superar.
    Porque sí, es lo primero que hay que decir: leer Ulises no es nada fácil. Nada de nada. Yo me he sentido desesperada en muchas ocasiones y he probado ediciones diferentes (la que tenía en casa, una que encontré por internet y la de la biblioteca de Azuqueca) hasta que encontré la definitiva, la de Cátedra, que ofrece una traducción, un estudio introductorio y una lectura/interpretación de cada capítulo que me han ayudado mucho en mi odisea particular. Me hubiera sido imposible seguir el hilo de la historia sin las explicaciones que incluye, porque es muy fácil perderse, no saber de qué te está hablando, no identificar a la inmensa cantidad de personajes que van a apareciendo a lo largo de la novela y he de decir que Francisco García Tortosa (editor y traductor, junto con María Luisa Venegas) ha sido mi cicerone en esta aventura, mi Virgilio particular, capaz de guiarme a través del infierno (por supuesto, vaya desde aquí mi agradecimiento eterno).
   Así que sí, Ulises se parece a la Odisea (gracias a unas equivalencias que García Tortosa explica con tanta claridad como acierto) pero también me ha recordado al laberinto del Minotauro. Sin el hilo de Ariadna que ha supuesto para mí la introducción de la edición que he leído no hubiera conseguido salir de él, encontrar un orden al aparente (o, quizá, no tan aparente) caos que propone Joyce en su novela. Un caos que yo justifico a través de tres elementos: la infinidad de referencias de todo tipo que podemos encontrar, la variedad en cada capítulo y la experimentalidad del conjunto.


REFERENCIAS


  Las referencias de todo tipo y condición son uno de los grandes embrollos de esta novela. Hay referencias literarias, musicales, históricas...; referencias citadas y referencias en forma de estructuras o imitación de estilo; referencias a la propia obra del autor y hasta referencias a sí mismo y sus experiencias personales, todo ello aderezado con un peculiar sentido del humor. Resultado: es fácil no entender nada de lo que estás leyendo. 
   Yo necesité a mi Virgilio particular para poner un poco de luz en esta oscuridad y, aun así, hay pasajes que no he acabado de aprehender del todo. Ulises es un mundo en sí mismo y Joyce una enciclopedia andante (o escribiente) que pone en jaque al lector más formado. No digamos ya a mí misma.
   Creo que esta es una de las razones por las que la novela ha sido tan criticada: porque resulta indescifrable y hasta con ayuda es fácil que no acabes de entender algunos guiños, algunos giros, algunas referencias. Es una obra difícil de leer, no nos engañemos. No nos propone un viaje delicioso, interesante y atractivo, sino que nos pone a prueba, como al más valiente de los héroes clásicos, y uno no siempre está convencido de salir victorioso. Ni siquiera el hecho de acabar la novela me ha provocado una sensación de victoria.
   Porque a todo lo que acabo de decir sobre las referencias hay que añadir lo que García Tortosa explica en la introducción sobre la forma de escribir de Joyce: una sucesión de notas en papeles de colores que acaban convirtiéndose en uno o varios borradores que son corregidos hasta en varias ocasiones para dar lugar a una copia en limpio mecanografiada que, no obstante, volverá a ser revisada, corregida, ampliada o amputada, según el criterio del autor. Y si a todo esto se añaden sus problemas de visión, que le dificultaban la labor de entender lo que él mismo había escrito... en fin. Pero no acaba ahí la cosa, según mi Virgilio particular, hasta cambió la novela una vez publicada, de manera que hay pequeñas diferencias dependiendo de la edición que manejes (quizá de ahí vengan los problemas que te he comentado antes). 
    Resumiendo: que es muy difícil entender a Joyce, que la lectura de su novela se hace extremadamente ardua y que no puede uno enfrentarse a su Ulises esperando una historia con una presentación, un nudo y un desenlace sin más. Seguro que ya has visto este meme por internet: tiene, obviamente, su punto humorístico pero, como toda broma que se precie, tiene su parte de verdad. Y no hay más que decir.


UN GÉNERO Y UN ESTILO PARA CADA CAPÍTULO


  A este caos desde el punto de vista del contenido hay que sumarle las variaciones que introduce en la forma. Cada capítulo es diferente: uno imita un estilo y una estructura periodística (con titulares y una forma de expresión más o menos objetiva), otro se asemeja a una novela sentimental, otro pretende transmitir la eufonía y el ritmo de la música, otro es puro teatro (tal cual, con parlamentos y acotaciones teatrales), otro es casi histórico, otro está escrito con un estilo ampuloso y grandilocuente, otro (justo al contrario) pretende evocar la torpeza del principiante y así hasta 18. Y justo el capítulo 18, el último, es uno de los más oscuros y uno de los más famosos: el monólogo interior de Molly Bloom, la esposa del protagonista. 
   Molly Bloom cierra la obra poniendo un contrapunto femenino a una novela en la que hemos escuchado, prioritariamente, voces masculinas, sobre todo la de su marido, Leopold Bloom. Pero oímos a Molly como, según el tópico, muchas veces escuchan los hombres a sus mujeres, con un galimatías de frases que a veces no tienen ni sentido, porque aparecen incompletas. Joyce pretende ser fiel a la forma en la que pensamos y transcribe, así, lo que podría ser una corriente de conciencia real: sin puntuación, con frases que quedan en suspenso, con pensamientos que colisionan y se interrumpen... Pura experimentación, puro juego literario, una joya de valor incalculable para los autores que ahondan en la psicología del ser humano y la trabajan en sus novelas. Pero 53 páginas muy complicadas de asumir para el lector. Sobre todo porque en ellas hay datos fundamentales para la obra, para entender a Leopold y su relación con su esposa (y, según García Tortosa, están llenas de referencias y símbolos relacionados con la propia vida de Joyce y sus creencias). O sea que hay que leerlas y leerlas con atención.
   Es arduo, ya lo he dicho, pero es impresionante descubrir cómo el mismo autor puede cambiar de registro, de estilo, de tema y de formato de un capítulo a otro. Auténticos ejercicios de estilo, puro trabajo literario.


UNA NOVELA NADA COMÚN


   A las complicaciones ya aludidas hay que sumar, también la oscuridad que añade el propio lenguaje que utiliza Joyce, los vocablos que selecciona para construir su Ulises. Hay palabras duras, palabras malsonantes, palabras antiguas, palabras cultísimas y/o poco frecuentes (el tercer capítulo, por poner un ejemplo, comienza así: "Ineluctable modalidad de lo visible: al menos eso si no más, pensado con los ojos"), palabras de la calle, palabras en latín, palabras extranjeras, palabras reales y palabras inventadas (verdidorada, patigorda, doncellablancura) . De ahí que García Tortosa dedique un epígrafe entero de su introducción a hablar de la traducción, ciertamente complicada (y doy fe, sobre todo viendo algunas de las primeras ediciones que manejé). Hay un capítulo, por ejemplo, en el que Joyce habla de la evolución de la lengua inglesa pero lo hace con cierta sorna (para que te hagas una idea, un poco como el arcaizante Quijote y el estilo de las novelas de caballería que él convierte en su manera habitual de hablar) pero también hay juegos de palabras y juegos fónicos que, según explica el editor, son difíciles de volcar al castellano. 
   Otro de los elementos que hace de esta una novela única es el narrador, si es que puede considerarse que hay un narrador de la historia. Es cierto que determinados pasajes están contados con una tercera persona omnisciente pero Bloom habla al lector sin avisar, en primera persona, sin transición con respecto a esa voz en tercera persona. Un narrador que también se pierde, por ejemplo, en el caso del capítulo teatral (que ocupa 200 páginas, o sea, casi casi casi una cuarta parte del total), o en el monólogo final de Molly Bloom. Además, hay quien piensa (soy de las que ha leído varios estudios antes, durante y después de Ulises, contraviniendo la recomendación del nieto de Joyce, que cree que es mejor enfrentarse a la novela de su abuelo sin condicionamiento alguno) que el cambio de estilo del que he hablado podría significar que un personaje diferente lleva la voz cantante en cada capítulo, con lo que quedaría abolido ese narrador omnisciente, sustituido por una voz distinta para cada pasaje de la novela. 
   Por si todo lo dicho hasta ahora no fuera suficiente, el texto en sí es bastante opaco, no es unívoco y da pie a múltiples interpretaciones, lo cual obliga al lector a completar el significado de lo escrito. Ya sabes que a mí me encanta completar el significado de lo que sea y que me involucren en la construcción de un libro pero me resulta difícil hacerlo cuando no me han dado las claves suficientes para descifrar (no puedo decir que de forma correcta pero, al menos, sí debería ser satisfactoria para mí) el texto cifrado que parece componer el Ulises.
   Y ahí no queda la cosa: en la búsqueda de esos significados, hay quien ve (o quizá debería decir: la mayoría ve) un paralelismo entre vida y obra, entre la trayectoria vital de Joyce y su Ulises. Así, Bloom vendría a ser un Joyce maduro frente a Stephen Dedalus, que podría asociarse con el Joyce joven. García Tortosa también ve, por ejemplo, muchas similitudes entre Molly Bloom y Nora, la esposa de Joyce. De este modo, se crea un juego de espejos que, nuevamente, complica la aprehensión global del texto y su significado (sobre todo para cualquier lector no experto en el autor).
    Así pues, podríamos concluir que la experimentalidad que se desarrolla a lo largo de toda la novela y que afecta a todos los niveles de la obra (estructura, estilo, narrador, personajes y, por supuesto, contenido) empaña el tema del que quería hablarnos Joyce y provoca que el lector se sienta perdido en no pocas ocasiones. Es cierto que he disfrutado del hiperrealismo de la obra, de esos cambios y de su originalidad, pero no me siento muy segura al hablar de cuál es el tema central de la novela. ¿El reflejo costumbrista de un modo de vida? ¿El puro alarde de la capacidad creativa de Joyce? ¿La convivencia en pareja? ¿El amor y la infidelidad? ¿La pequeñez del hombre frente a la enormidad del universo? ¿El papel de la religión en la vida del ser humano? ¿La influencia de la literatura en cada uno de nuestros días? ¿La búsqueda del sentido último de la vida, del fin de nuestra existencia? No sabría quedarme con uno solo. Ni me atrevería a ello.
   Tampoco me atrevo a recomendar a nadie la lectura de esta novela ni a puntuarla, puesto que no puedo hacer uso de la escala que utilizo para calibrar los libros que voy leyendo. Ulises es una novela totalmente diferente, un camino lleno de obstáculos, un alarde de virtuosismo, una clase magistral de escritura creativa, un compendio de ejemplos de un manual de Teoría de la Literatura. Ulises es, como dice García Tortosa, proteica (es decir, que cambia de formas o de ideas) y, añado yo usando las palabras que Saussure utilizaba para definir el lenguaje, heteróclita y multiforme. Efectivamente, un gran monstruo de la literatura. Creo que el más terrorífico de todos ellos.
     Nos seguimos leyendo.
   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  • Reto 100 libros: 78/100 
  • Reto Autores de la A a la Z: J
  • Reto Grandes Monstruos de la Literatura: 1/10 
  • Reto Eternamente pendientes: 2/10
  • Reto 12 meses 12 libros: 8/12

lunes, 9 de diciembre de 2013

Reto Grandes Monstruos de la Literatura


   Al hilo del Reto Rayuela (y de alguna lectura más de este estilo) que Carmen y amig@s nos propuso para este año, varias veces hemos comentado en Twitter el pavor que nos dan ciertos libros, sobre todo los clásicos o los que son excesivamente voluminosos. No hablemos ya de los que unen ambas características. En una de estas conversaciones, Xula, de Caminando entre libros, y yo nos pusimos de acuerdo para leer el Ulises de James Joyce durante 2014. Es uno de esos libros que te producen sudores fríos con solo pensar en abrirlo pero también es verdad que es uno de esos libros que hay que leer, porque cambió la historia de la literatura y porque innumerables obras culturales de todo género posteriores beben de sus innovaciones. Eso por no hablar del débito de Joyce respecto a la Odisea de Homero. Total, que hay que ponerse a ello y nosotras lo vamos a hacer ya.
   Pero hablando de cómo íbamos a afrontar este reto, decidimos liarnos la manta a la cabeza y, ya que nos ponemos a leer uno, dedicar el año a leer algunos de estos grandes monstruos de la literatura que tanto nos asustan. Y que, ya que nosotras nos íbamos a lanzar al ruedo, porque no abrir la propuesta, a ver si alguien más se anima.
     Este es un reto para valientes que no se dejen asustar por la retórica clásica, ni por el castellano antiguo, ni por los libros de cientos de páginas, ni por las novelas psicológicas más enjundiosas, ni por los experimentos literarios más atrevidos. Pero como enfrentarse a estos libros no es fácil hemos pensando establecer una serie de categorías para que cada uno amolde nuestra propuesta a sus posibilidades, necesidades y ganas. Así, hemos pensado dividirlo en:
  • para audaces: aquellos a quienes las obligaciones y el tiempo no den más que para leer hasta tres grandes monstruos de la literatura 
  • para intrépidos: categoría para quienes apuesten por un acercamiento progresivo a los monstruos y opten por leer entre tres y cinco
  • para valientes: quienes crean que con leer entre cinco y siete tendrán suficiente 
  •  para temerarios: aquellos aguerridos héroes que se animen a leer entre siete y diez libros de la lista que ofrecemos a continuación
  Por supuesto puedes elegir un nivel al que apuntarte y, si se te quedara corto, ir subiendo a lo largo del año a categorías superiores. Esto es un reto, y como tal, tiene que permitir que te superes… ¡Que no tenga límites!   
   ¿Y a qué llamamos grandes monstruos de la literatura? Pues con la referencia al Ulises y a Rayuela, ya te habrás hecho una idea, pero por si acaso ofrecemos una lista entre los que elegir. En realidad, no importa ni el número de páginas, ni la época, ni el autor. Lo cierto es que cada uno de ellos da miedo por motivos diferentes y cada uno juzgará de dónde nace ese temor y cómo se puede enfrentar a él. El caso es que hemos elegido los siguientes monstruos:
  1. Las metamorfosis, de Ovidio
  2. La Ilíada, de Homero
  3. La Odisea, de Homero
  4. El príncipe, de Maquiavelo
  5. Utopía, de Tomás Moro
  6. La divina comedia, de Dante
  7. La Celestina, de Fernando de Rojas
  8. El Quijote, de Miguel de Cervantes
  9. Hamlet, de Shakespeare
  10. El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina
  11. La vida es sueño, de Calderón de la Barca
  12. Los miserables, de Víctor Hugo
  13. Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán
  14. Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós
  15. Fausto, de Goethe
  16. Madame Bovary, de Gustave Flaubert
  17. Guerra y paz, de Tolstoi
  18. Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski
  19. La Regenta, de Clarín
  20. Historia de dos ciudades, de Charles Dickens
  21. El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
  22. La edad de la inocencia, de Edith Wharton
  23. Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno
  24. Cañas y barro, de Blasco Ibáñez
  25. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Como es una heptalogía, si alguien se leyese los siete, obviamente contarían como siete libros, no como una obra. Si no, siempre puedes leer solo el primero, Por el camino de Swann
  26. La montaña mágica, de Thomas Mann
  27. Ulises, de James Joyce
  28. Orlando, de Virgina Woolf
  29. La metamorfosis, de Kafka
  30. El segundo sexo, de Simone de Beauvoir
  31. Doctor Zhivago, de Boris Pasternak
  32. Trópico de Cáncer, de Henry Miller
  33. El aleph, de Jorge Luis Borges
  34. La uvas de la ira, de John Steinbeck
  35. El extranjero, de Albert Camus
  36. Los gozos y las sombras, de Torrente Ballester
  37. La colmena, de Camilo José Cela
  38. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez
  39. Rayuela, de Julio Cortázar
  40. El nombre de la rosa, de Umberto Eco
  Si se te ocurre algún otro título que pueda cuadrar con las condiciones y que no esté en esta lista no dudes en preguntar. Puede que se nos haya pasado o puede que no cumpla con los requisitos para considerarse un Gran Monstruo de la Literatura.
 ¿Cómo lo ves? ¿Tienes sudores fríos? ¿Te han entrado los siete males? Consúltalo con tu almohada y me cuentas. Hemos pensado dejar todo el mes para que quienes se lo estén pensando hagan sus cuentas y calibren su valentía y, por eso, mantendremos la lista de participantes abierta hasta el 31 de diciembre. Y el 1 de enero... ¡comenzamos a leer! Por supuesto, tendremos todo el año para cumplir con el reto, así que hasta el 31 de diciembre de 2014 no sonará el "campana y se acabó".
   Si quieres apuntarte a esta monstruosa locura con nosotras te lo ponemos fácil. Esto es lo que tienes que hacer:
  • Escribir un comentario en cualquiera de las dos entradas diciéndonos que vas a participar y dejando los enlaces necesarios (perfil de seguidor, entrada en el blog…)
  • Hacer un post individual (o compartido con otros retos para 2014) en el que luego irás apuntando los libros leídos durante el próximo año.
  • Como no contamos con premios para los aventureros que nos acompañen, no es obligatorio colocar el banner en el lateral o anunciar en las redes sociales pero si quieres hacerlo, estaremos muy agradecidas.
    ¿Te animas?
    Nos seguimos leyendo. 

  Actualización: después de mucho pensar, he señalado en color burdeos los diez monstruos a los que yo espero vencer este año. Iré enlanzando las reseñas a medida que las vaya publicando. 
   Y también he enlazado las reseñas que he publicado sobre algunos de los libros de la lista. No son muchas, pero te pueden servir de guía.
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