La paliza y el asesinato constituyen el peldaño más alto y más palpable en la deleznable escalera de la violencia de género. La muerte es, hoy en día, el suceso más visible, el que aparece en todos los medios de comunicación, el que mueve a la condena pública. Pero la violencia física o psicológica suele quedar socialmente difuminada entre una amalgama de frías cifras que nos hablan de denuncias, retiradas de denuncias, juicios, sentencias, órdenes de alejamiento, víctimas... y que no acaban de reflejar el terrible sufrimiento de quienes la padecen. En esa escalera en la que el asesinato es el peldaño final hay muchos otros pasos previos. Pasos que, en un principio, pueden llegar a ser malinterpretados o a los que se les suele restar importancia ("mi novio y yo somos muy pasionales", me decía un día una chica, "y a veces parece que nos ponemos agresivos. Pero un empujón o un golpe en el brazo o un tortazo pequeño no quiere decir que no nos queramos o que nos peguemos", me explicaba, tratando de justificar algo que a mí me parecía injustificable). Pasos que, en el punto más bajo de la escalera, pueden llegar a pasar, incluso, desapercibidos. Y es que, antes de la violencia física y/o psicológica hay lo que algunos llaman una violencia simbólica y que Bourdieu define como "esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales" y "que hace que el individuo se abandone fatalmente a su destino". Esa violencia simbólica ha sido ejercida y potenciada, durante siglos, por el arte y la literatura, como bien pone de manifiesto El sustrato cultural de la violencia de género.
El ensayo, coordinado por Ángeles de la Concha, pretende hacer visible, precisamente, este tipo de violencia de género ejercida en la sombra, por los siglos de los siglos; ese tipo de violencia que se ha fijado en nuestro inconsciente a través de diversas manifestaciones culturales y que hace que, hoy en día, veamos como normales tipos de relaciones sociales e interpersonales que no lo son en absoluto. El libro, que no tiene desperdicio, profundiza especialmente en la imagen que desde la pintura, la escultura o la literatura universales se ha dado de la mujer, imagen que ha traspasado las fronteras de lo simbólico, de lo artístico, para asimilarse con la forma de ser la mujer (pasiva, sentimental, débil, algo que hay que cuidar, musa... o todo lo contrario, algo que evitar, fuente de todos los males, incitadora, pecadora, amenaza, en definitiva, para el buen hombre).
Pero si estos son los campos de la cultura que, tradicionalmente, han contribuido a crear y fijar esa violencia simbólica, hoy los campos se multiplican: el cine, la música y hasta los videojuegos potencian una visión de la mujer y de las relaciones personales sustentada en una desigualdad manifiesta y en una equivocada atribución de roles.
El ensayo sí habla del cine y de los videojuegos (algo que me ha parecido muy novedoso) y amplía el arco de la violencia hasta las relaciones homosexuales y la violencia que también se ejerce en ellas. Pero no trata, por ejemplo, la visión que muchas canciones actuales (cultura de masas, al fin y al cabo) ofrecen sobre la mujer y las relaciones de pareja. Desde que empecé a preparar la oposiciones para dar clase de Lengua y Literatura en Secundaria, me he ido fijando mucho en ellas, porque me parecía una manera fácil y cercana de hablar de un cierto tipo de poesía, de musicalidad, de ritmo... y de contenido con los adolescentes. Y me he quedado alucinada con lo que dicen algunas canciones, si las escuchas bien. Desde el "soy toda tuya" hasta el "sin ti no soy nada" hay un sinfín de temas que nos hacen ver el amor como dependencia, no como compañerismo e igualdad. Los estereotipos que reproducen (y reproducimos inconscientemente) perpetúan esa violencia simbólica, esa relación desigual, ese situar a la mujer un paso por debajo del hombre. En este sentido, encontré material en internet muy bueno para trabajar lo que las canciones dicen en realidad. Si te interesa, puedes verlo aquí.
Estas piezas del puzle cultural que operan en nuestro inconsciente son las que me parecen más peligrosas, sobre las que hay que poner el acento y hacerlas visibles. Porque no podemos luchar contra lo que no percibimos, contra lo que no vemos, contra lo que consideramos "lo normal". El sustrato cultural de la violencia de género participa (en mi opinión, con acierto) en esta tarea de desenmascarar los valores patriarcales que subyacen en nuestra cultural y hacerlos visibles. Quizá si los asumimos como tal dejen de parecernos la norma y se conviertan en la excepción. Quizá así dejemos de considerar las relaciones de pareja como unas relaciones de sumisión y empecemos a luchar, con efectividad, contra la violencia de género en todos sus escalones.
👏👏👏 una vez más, Lidia, te felicito por esta iniciativa, esta reseña y reflexión!
ResponderEliminarEnhorabuena !!! Me encanta leerte!
Besos y un abrazo!
#contralaviolenciadegenero #toleranciacero
Mil gracias por tu comentario, Cristina!! A mí también me gusta leerte!
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