miércoles, 27 de julio de 2016

"El día que los crayones renunciaron", de Drew Daywalt y Oliver Jeffers: un divertidísima y cercana historia



Título: El día que los crayones renunciaron
Autor: Drew Daywalt
Ilustrador: Oliver Jeffers
Editorial: Fondo de Cultura Económica
Género: álbum ilustrado, humor
Páginas: 40
Publicación: 2014
ISBN: 9786071618122

 Un día, en la escuela, Duncan encontró un montón de cartas para él. Eran sus crayones que, molestos por el trato que recibían, decidieron escribir cartas como ultimátum para Duncan. Crayón Beige está cansado de ser el segundón de Crayón Café; Crayón Negro quiere ser usado para algo más que los contornos; y el Naranja y el Amarillo ya no se hablan porque cada uno cree que es el verdadero color del sol. El pobre Duncan solo quiere que sus crayo-nes sean felices. ¿Qué podrá hacer para tenerlos de vuelta?
   ¡Qué ganas tenía de hablar de este libro! Había leído y escuchado comentarios muy interesantes sobre él y lo encontré en abril en Amazon en la oferta que tuvieron de segundo libro en otro idioma a mitad de precio, así que lo compré en inglés (la verdad es que se traduce fácil) y, desde entonces, lo he contado mil veces porque me encanta. Incluso lo contamos en el Maratón de Cuentos de este año. Y es que funciona genial.
    Y lo hace porque echa mano de lo cotidiano (¿quién no ha tenido una caja de pinturas?), de lo extraordinario (¿qué pensarán nuestras pinturas de nosotros y de nuestra manera de utilizarlas?) y, sobre todo, del humor y la creatividad, dos elementos que me parecen fundamentales en la vida y que, por lo tanto, me encanta tratar con los niños.
    Duncan va abriendo las cartas de los crayones y descubriendo sus sentimientos, lo que permite, además, ahondar en las emociones y las repercusiones que nuestras acciones tienen en los demás, a veces sin pretenderlo. Así, algunos se quejan porque son poco utilizados (¿qué les pasa a los niños con el rosa?) y otros porque lo son demasiado (el pobre rojo no descansa ni en vacaciones, con todos esos Papá Noel que hay que colorear en Navidad), lo que da una idea de que nunca llueve a gusto de todos y de que cada uno nos tomamos la vida de una manera diferente.
   Hay otros que le reprochan su dejadez artística (el tiquismiquis morado le pide por favor que no salga de la línea) y otros que valoran sus cualidades como pintor. Otra vez, como la vida misma: aun siendo los mismos, no  siempre nos valoran de la misma forma.
   Y, por si eso fuera poco, hay hasta resolución de conflictos: el color verde pide mediación porque amarillo y naranja se han peleado por ver quién es el auténtico color del sol.
    Las ilustraciones (sencillas, imitando el estilo infantil y bellísimas) y las cartas manuscritas (cada una en su color, como debe ser) completan un libro que apetece leer y contar una y otra vez para descubrir más matices.
     Yo he sacado mucho rendimiento tanto a este libro como a su continuación (El día que los crayones regresaron a casa, del que ya hablaré porque es muy bueno también) en mis talleres de animación a la lectura. Bien sea imitando el dibujo final con el que Duncan quiere poner paz y felicidad entre sus pinturas o bien pidiéndoles que escriban una carta como si ellos fueran uno de los colores, las posibilidades de creación y juego son muchas.
 
    Incluso, si los niños son un poco mayores, el libro da pie a hablar con ellos de huelgas, justicia salarial y entorno laboral.
  En definitiva, un libro muy divertido y al que se le puede sacar mucho partido con una historia y unas ilustraciones que enamoran a partes iguales.      
     Nos seguimos leyendo.

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