Me encanta la Navidad y como no puedo dejar un regalo bajo tu árbol, te lo dejo debajo de este árbol lleno de sorpresas que siempre es la blogosfera. Un regalo con el que quiero dar las gracias a todos los amigos virtuales que leen este blog, a los que comentan y a los que no, a los que conozco y a los que todavía no, a los que tuitean y a los que facebuquean y, por supuesto, a los que celebran comidas y toman cafés. O sea, a ti.
Es un cuento navideño que escribí hace unos tres años y que publiqué en el suplemento de Navidad de La Tribuna de Guadalajara, aunque con algunas modificaciones. Ahí va...
Una ‘ángela’ de la guarda
De toda la vida, el espíritu de la Navidad tiene para mí nombre propio, el de mi abuela, Ángela. Lleva toda una vida intentando hilvanar las sutiles costuras de la familia con un hilo invisible del que sólo ella conoce la procedencia, pero que resulta ser más indestructible que la soga más fuerte jamás elaborada, por muchos tirones que, en ocasiones, unos y otros den en direcciones opuestas.
La fortaleza del hilo invisible que nos une, el que mi abuela ha tejido durante años y años, se hace notar de manera especial en Navidad. Sentados a su mesa, como cada año, se olvidan las tiranteces del día a día, las deudas pendientes, los enfados, los rencores y hasta los resentimientos propios de quienes trabajan codo con codo y comparten, minuto tras minuto, lo bueno y lo malo de una jornada laboral. Lo que para mucho es una segunda familia, la mía hace más propio que nadie el dicho: familia no hay más que una.
Y no es una pose, no. No hay quien no sonría de corazón en Navidad a la mesa de Ángela, un auténtico ángel de la guarda que vela por todos y cada uno de nosotros. A su manera, con sus medios, tiende una red a quien lo necesita, cuando lo necesita.
Cada año, mi abuela vive la Navidad como si fuera la primera, con la ilusión de una principiante que tiene que preparar el menú para 40 personas muy queridas por primera vez. Pero la experiencia es un grado, y mi abuela lleva tantos años preparando la mejor cena del año, que es capaz de acertar a cada uno con sus gustos, con sus caprichos, con sus preferencias. Y es que parte del hilo invisible que elabora mi abuela para mantener unida a la familia está hecho con una buena dosis de entrega y un pizca de un don mágico que sólo ella tiene para complacer a sus agasajados. Así, y aún siendo 40, en la mesa no falta el producto preferido de todos y cada uno de los comensales, ya sea carne, marisco, crema, queso, paté, dulce o licor. De esta sencilla manera consigue que cada uno se sienta atendido, saciado, satisfecho, respetado y, sobre todo, querido.
El espíritu navideño de mi abuela llega tan lejos que ha hecho lo imposible por mantener entre los más pequeños de la familia una tradición de lo más hermosa: la de escribir y entregar la carta a los Reyes Magos. Por eso, y ahora que algunos ya no somos tan pequeños, sigue reuniéndonos en los primeros meses de diciembre para pedirnos la misiva. Y nosotros agradecemos el gesto con una lluvia de cartas en las que, con más o menos acierto, con más o menos líneas, con más o menos prisa, pero, eso sí, con todo el cariño y la sinceridad del mundo, hacemos balance del año que acaba y pedimos nuestros deseos para el que está a punto de comenzar. Es por eso que algunos, a nuestros 32 años, aún seguimos creyendo en sus Majestades. Porque sí, es cierto: existen. Y cada año se esfuerzan en hacer que nuestros pequeños deseos cotidianos se hagan realidad. Aunque, en mi caso, no sean tres, sino una sola (antes dos, pero hace tiempo que mi abuelo no puede participar de un modo tan activo en las celebraciones familiares).
El año pasado, por primera vez, no pude asistir a la cena de Navidad de mi abuela. Una buena causa me lo impidió: estaba a punto de dar a luz y, después de un embarazo más que complicado, el médico me prohibió viajar. Así que, por primera vez en mi vida, me quedé sin Navidad. Porque así es: el año pasado viví los últimos días de diciembre como si no fueran Navidad. Porque la Navidad, para mí, es estar en casa, con los míos, con mi gente... y con mi abuela.
Mi familia sí celebró, claro está, la Navidad. Cena en Nochevieja (esta cita es variable, nos turnamos entre Nochebuena y la última del año para reunirnos sin menospreciar a las familias aledañas) y la comida de Reyes. De los dos, éste día fue el más especial. Para mí, porque los Reyes me trajeron el mejor regalo del mundo, mi hija, que fue la sorpresa del roscón, pues nació mientras mi familia disfrutaba de él, a kilómetros de distancia. Y también para mi abuela. Os contaré por qué.
Como todos los años, mi abuela se levantó temprano para acabar de terminar la comida de Reyes. Ya el día anterior había comenzado a preparar algunos de los platos y a colocar los productos menos perecederos sobre la mesa, sobre todo, la decoración, que nunca puede faltar en una buena fiesta de Navidad. Anduvo toda la mañana liada; cómo no, cocinar para 40 tiene su misterio y su oficio pero, sobre todo, su dedicación. Cerca de las 12, y tras colocar cuidadosamente los regalos en los zapatos de cada uno (aún nos hace llevárselos), empezó a hacer las llamadas de rigor para anunciar a todos que los Reyes ya habían llegado y que cada uno tenía un detalle especial. Adecentó a mi abuelo, se duchó, se vistió y mientras ultimaba los preparativos de la comida, comenzó el goteo incesante de invitados-felicitaciones-regalos-agradecimientos. Una hermosa espiral de cariño que cada año recarga mis depósitos para los meses restantes.
Comieron, bebieron, disfrutaron del roscón (con la buena nueva de mi alumbramiento incluida), charlaron, merendaron y cada uno comenzó a regresar a casa o a continuar la ronda de visitas propias del día. Cuando todos se hubieron marchado, mi abuela se sintió cansada. «Tengo que recogerlo todo», se dijo, obligándose a levantarse del sillón. Pero la melancolía de saber que una vez recogida la mesa la Navidad se acabaría convirtió sus piernas en plomo. Empezó a sentir que el cuerpo le pesaba y, disfrutando con el recuerdo de los días vividos, con las anécdotas de la última Navidad, se quedó dormida. Y tuvo el sueño más bonito del mundo: soñó que todos los días era Navidad. Soñó que siempre había un motivo para sonreír, que siempre había pan en la mesa y buena compañía y conversaciones y canciones y, sobre todo, cariño, mucho cariño. Y es que éste es el mejor regalo que los unos nos podemos hacer los otros. Mi abuela lo sabe bien.
Cuando llegó la hora de preparar a mi abuelo para irse a la cama, la enfermera que iba todos los días a ayudarla llamó al timbre, sin obtener una respuesta. Insistió e insistió, pero su esfuerzo fue en balde. Llamó a uno de mis tíos para ver qué ocurría y corriendo se acercó a casa de mis abuelos.
La encontraron en el sillón, con la mesa por recoger. Su vida se había agotado, sí; pero en la sonrisa que pintaba su cara podía leerse que, para ella, toda la eternidad sería Navidad.
¡Felices fiestas a ti también!
ResponderEliminarFelicidad, tristeza y la piel de gallina tras este regalo navideño Lidia. Dibujar una sonrisa por ese sueño de una Navidad para siempre es un auténtico obsequio y sobre todo te hace más humana y nos acerca más a ti, nada hay como poder compartir y hoy lo has cumplido con creces. Un abrazo y muchos besos
ResponderEliminarFelices Fiestas!! ;D
ResponderEliminarSe me han saltado las lágrimas Lidia, qué triste pero qué bonito, una vida se va pero otra llega. Tu abuela se sentiría orgullosa de ti por este relato tan emotivo. ¡Feliz Navidad guapa!
ResponderEliminarFelices fiestas!!!
ResponderEliminarLo que más me ha gustado es que hablas de ella en presente. Muchísimas gracias por el regalo. Ya no puedo decir que Papá Noel no me ha traído nada.
ResponderEliminarFeliz Navidad!!
Qué relato tan emotivo Lidia, es precioso. Has conseguido que se me escape alguna lagrimita. Bello. Que pases una feliz Navidad!!!
ResponderEliminarUn relato muy emotivo. ¡Feliz Navidad!
ResponderEliminarBesos
A mi también me gustan muchos estas fechas, a pesar de las ausencias... Siempre pienso que hay seguir disfrutando de ellas y ver todo lo positivo, siempre hay gente nueva que conoces, bebes que nacen... Siempre ha que compartir estos días con los que están a nuestro lado en esos momentos.
ResponderEliminarFeliz Navidad!!!!
La piel de gallina me has dejado... Cuántos sentimientos hay en este relato, cuánta ternura... Gracias por este regalazo!
ResponderEliminarBesotes y felices fiestas!!!
Un relato vibrante y lleno de vida y de emociones. Gracias por tan valioso obsequio. Un abrazo.
ResponderEliminarQue bonita historia aunque el final sea un poco triste. Cuantas benditas Angelas hay en el mundo, gracias a todas. Un besazo y Feliz Navidad
ResponderEliminarOjúu.... que angustia me ha entrado al leer el final. Preciosa historia y preciosa abuela. Cada día miro a los ancianos con más ternura que el anterior. Son todo un ejemplo. Besos.
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