Tras leer y reseñar Jane Eyre y El ancho mar de los Sargazos, paso a cumplir con una de las "exigencias" de la lectura conjunta organizada por Carmen y amig@s: un comentario comparativo que se centre en el diferente enfoque que estas dos autoras dan tanto a la mujer del ático como a la figura del señor Rochester.
Empezaré advirtiendo sobre la posibilidad de que este comentario contenga spoilers así que si no has leído estos dos libros, sobre todo, el de Charlotte Brontë, ten cuidado.
Tanto la figura de la mujer del ático como el personaje de Rochester son creaciones de Brontë que, con el paso de las décadas, fueron retomadas por Jean Rhys en El ancho mar de los Sargazos quien, además ofrece una perspectiva bien diferente de ambos.
La mujer del ático es una suerte de fantasma misterioso que dota a la novela de Brontë de una cierta intriga (más allá de lo romántico o de la evolución de Eyre como personaje). La autora va dando ciertas pistas a lo largo de la obra que acaban cobrando sentido en la parte final, cuando descubrimos que, efectivamente, hay una mujer encerrada en el ático. Esa mujer es la primera esposa del señor Rochester, loca y encerrada, no sé si como una forma de castigo, una manera de tratar de olvidarla, desde luego un método para esconderla y, quizá también, de mantener a salvo al dueño y a los habitantes de Thornfield. O quizá todas ellas al mismo tiempo.
Sea como fuere, para Brontë no es más que una excusa dramática, un elemento literario que sirve para mover a la acción y mantener el misterio y, por lo tanto, solo nos da las pinceladas mínimas que necesitamos conocer para que la historia resulte creíble: al señor Rochester le engañaron para que se casara con ella, una joven criolla que pronto se volvió loca y peligrosa tanto para ella misma como para él.
Entiendo a Rhys: es verdad que cuando lees Jane Eyre muchas preguntas quedan flotando en el aire y es cierto que dan ganas de saber más sobre la misteriosa mujer que tantas desgracias ha causado al señor Rochester. Es lo que le ocurrió a la autora del El ancho mar de los Sargazos: quedó tan impresionada por esta historia que ideó una novela para explicarla, para ofrecer los detalles que no quiso o no pudo darnos Brontë, para completarla, para imaginarla.
Y así, Rhys nos cuenta lo que ocurrió antes de la llegada de Bertha Mason (Antoinette Cosway en la segunda novela) a Thornfield y lo hace desde la propia infancia del personaje, lo que permite una mayor perspectiva y, hasta cierto punto, una mayor conexión con ella. De hecho, casi podríamos decir que Rhys crea al personaje, puesto Brontë poco nos habla de ella.
Rhys sí se entretiene perfilando sus contornos hasta hacerla, en realidad, protagonista de su novela. Una novela, por otra parte, bastante modernista e impresionista, por lo que muchos rasgos del carácter del personaje han de ser deducidos o, incluso, completados por el propio lector a partir de las pinceladas dibujadas por la autora.
Rhys enriquece, pues, la propuesta de Brontë y dota al personaje de una potencia, una sensibilidad y un bagaje que no tenía y que (es mi sensación) resulta muy verosímil y apropiado: no es la Martha de Brontë pero lo podría haber sido perfectamente.
El dibujo completo del personaje favorece un cambio en el punto de vista del lector: en Jane Eyre, Martha es "la mala", el personaje loco que causa las desgracias del señor Rochester (impide su boda con Eyre, casi le mata y es la causa de su ceguera final). Sin embargo, gracias a la profundidad que le da Rhys, llegamos a comprenderla, llegamos a ver su corazón y su alma y hasta llegamos a compadecernos de ella, de lo que fue y de lo que es, de lo que hace, de lo que piensa y, por supuesto, de su cautiverio. Incluso, es capaz de darle la vuelta de manera que la veamos como víctima en vez de como verdugo.
Así pues, Rhys completa la obra de Brontë pero nos ofrece una nueva perspectiva, más rica, más amplia, quizá también más humana, que no cambia lo que leímos pero que llena de matices lo que se cuenta en Jane Eyre.
Si la autora decimonónica deja ahí, solo esbozado, el episodio caribeño de Rochester, Rhys lo retoma y amplía hasta ofrecernos, una vez más, una historia nueva. Incluso, un personaje nuevo.
El Rochester de Rhys es más inocente, quizá más puro, más crédulo, más afable pero, al mismo tiempo, también es duro hacia el final de la obra, implacable, ¿malvado? El Rochester de Brontë es un personaje carcomido por la culpa y cierto complejo de inferioridad que parece estar de vuelta de todo y que, sin embargo, sigue errando, equivocándose, dejándose engañar o, por lo que respecta a Eyre, llevándose por una pasión que no cree merecer pero a la que no pone freno.
Creo que ambas coinciden, no obstante, en mostrar una doble cara en este personaje, quizá como consecuencia del engaño que le hizo acabar casado con Antoinette. Y así, él también es capaz de engañar, de traicionar, de mentir. Lo vemos cuando regresa a Inglaterra con Martha (a la que él mismo rebautiza, o al menos eso nos cuenta Antoinette) y cuando la encierra en el ático pero también cuando llevaba a Jane Eyre al altar sin decirle que ya estaba casado.
¿Podríamos decir, pues, que una suerte de justicia divina o poética le da su merecido al final de la historia? No sé si este era el planteamiento de Brontë, porque, a pesar de haber castigo, también es cierto que es hasta cierto punto benevolente y le regala un final feliz y no es menos verdad que la ceguera y las secuelas físicas del incendio que padece Rochester son un elemento dramático que funciona muy bien, que impacta, horroriza y seduce al lector a partes iguales; pero tal vez sea demasiado para un hombre, en el fondo, que ha luchado toda su vida contra el engaño, el abuso de los demás, la traición y una bonhomía que le ha llevado a ese engaño en más de una ocasión.
El Rochester de Rhys parece, al menos al principio, más seguro, más caballero, aunque lo que le va ocurriendo a lo largo de la novela y lo que ve en el Caribe le transformen profundamente.
Así pues, nuevamente hay que decir que Rhys viene a completar la historia con profundidad y verosimilitud y que Rochester crece y se humaniza tras las lectura de ambas novelas.
Creo que muy acertada, por todo lo que he dicho hasta ahora, la lectura conjunta de ambas obras aunque es verdad que, a pesar de la que la de Rhys pueda ser considerada como una precuela de la de Brontë, recomendaría leer primero Jane Eyre y luego El ancho mar de los Sargazos.
Finalmente, me gustaría destacar que, a pesar de lo dicho hasta ahora y de cómo se complementan y se enriquecen estas dos novelas, los estilos, los recursos literarios y la forma de ambas es totalmente diferente. Es decir, Rhys no trata de imitar a Brontë sino que utiliza tanto a la mujer del ático como a Rochester como excusa, como percha, si se quiere, para escribir y, a partir de ahí, es capaz de generar una novela completa, independiente, original, con carácter y estilo propio y diferente, lo cual me parece todo un logro.
Nos seguimos leyendo.
Empezaré advirtiendo sobre la posibilidad de que este comentario contenga spoilers así que si no has leído estos dos libros, sobre todo, el de Charlotte Brontë, ten cuidado.
Tanto la figura de la mujer del ático como el personaje de Rochester son creaciones de Brontë que, con el paso de las décadas, fueron retomadas por Jean Rhys en El ancho mar de los Sargazos quien, además ofrece una perspectiva bien diferente de ambos.
La mujer del ático es una suerte de fantasma misterioso que dota a la novela de Brontë de una cierta intriga (más allá de lo romántico o de la evolución de Eyre como personaje). La autora va dando ciertas pistas a lo largo de la obra que acaban cobrando sentido en la parte final, cuando descubrimos que, efectivamente, hay una mujer encerrada en el ático. Esa mujer es la primera esposa del señor Rochester, loca y encerrada, no sé si como una forma de castigo, una manera de tratar de olvidarla, desde luego un método para esconderla y, quizá también, de mantener a salvo al dueño y a los habitantes de Thornfield. O quizá todas ellas al mismo tiempo.
Sea como fuere, para Brontë no es más que una excusa dramática, un elemento literario que sirve para mover a la acción y mantener el misterio y, por lo tanto, solo nos da las pinceladas mínimas que necesitamos conocer para que la historia resulte creíble: al señor Rochester le engañaron para que se casara con ella, una joven criolla que pronto se volvió loca y peligrosa tanto para ella misma como para él.
Entiendo a Rhys: es verdad que cuando lees Jane Eyre muchas preguntas quedan flotando en el aire y es cierto que dan ganas de saber más sobre la misteriosa mujer que tantas desgracias ha causado al señor Rochester. Es lo que le ocurrió a la autora del El ancho mar de los Sargazos: quedó tan impresionada por esta historia que ideó una novela para explicarla, para ofrecer los detalles que no quiso o no pudo darnos Brontë, para completarla, para imaginarla.
Y así, Rhys nos cuenta lo que ocurrió antes de la llegada de Bertha Mason (Antoinette Cosway en la segunda novela) a Thornfield y lo hace desde la propia infancia del personaje, lo que permite una mayor perspectiva y, hasta cierto punto, una mayor conexión con ella. De hecho, casi podríamos decir que Rhys crea al personaje, puesto Brontë poco nos habla de ella.
Rhys sí se entretiene perfilando sus contornos hasta hacerla, en realidad, protagonista de su novela. Una novela, por otra parte, bastante modernista e impresionista, por lo que muchos rasgos del carácter del personaje han de ser deducidos o, incluso, completados por el propio lector a partir de las pinceladas dibujadas por la autora.
Rhys enriquece, pues, la propuesta de Brontë y dota al personaje de una potencia, una sensibilidad y un bagaje que no tenía y que (es mi sensación) resulta muy verosímil y apropiado: no es la Martha de Brontë pero lo podría haber sido perfectamente.
El dibujo completo del personaje favorece un cambio en el punto de vista del lector: en Jane Eyre, Martha es "la mala", el personaje loco que causa las desgracias del señor Rochester (impide su boda con Eyre, casi le mata y es la causa de su ceguera final). Sin embargo, gracias a la profundidad que le da Rhys, llegamos a comprenderla, llegamos a ver su corazón y su alma y hasta llegamos a compadecernos de ella, de lo que fue y de lo que es, de lo que hace, de lo que piensa y, por supuesto, de su cautiverio. Incluso, es capaz de darle la vuelta de manera que la veamos como víctima en vez de como verdugo.
Así pues, Rhys completa la obra de Brontë pero nos ofrece una nueva perspectiva, más rica, más amplia, quizá también más humana, que no cambia lo que leímos pero que llena de matices lo que se cuenta en Jane Eyre.
CAMBIO DE PERSPECTIVA TAMBIÉN RESPECTO A ROCHESTER
Y algo parecido ocurre con el señor Rochester: Rhys cambia tanto la perspectiva que nos parece casi un personaje diferente. Y, sin embargo, no chirría, no resulta inverosímil: ya Brontë deja caer que las Indias le hicieron mucho mal y que vino transformado de allí.Si la autora decimonónica deja ahí, solo esbozado, el episodio caribeño de Rochester, Rhys lo retoma y amplía hasta ofrecernos, una vez más, una historia nueva. Incluso, un personaje nuevo.
El Rochester de Rhys es más inocente, quizá más puro, más crédulo, más afable pero, al mismo tiempo, también es duro hacia el final de la obra, implacable, ¿malvado? El Rochester de Brontë es un personaje carcomido por la culpa y cierto complejo de inferioridad que parece estar de vuelta de todo y que, sin embargo, sigue errando, equivocándose, dejándose engañar o, por lo que respecta a Eyre, llevándose por una pasión que no cree merecer pero a la que no pone freno.
Creo que ambas coinciden, no obstante, en mostrar una doble cara en este personaje, quizá como consecuencia del engaño que le hizo acabar casado con Antoinette. Y así, él también es capaz de engañar, de traicionar, de mentir. Lo vemos cuando regresa a Inglaterra con Martha (a la que él mismo rebautiza, o al menos eso nos cuenta Antoinette) y cuando la encierra en el ático pero también cuando llevaba a Jane Eyre al altar sin decirle que ya estaba casado.
¿Podríamos decir, pues, que una suerte de justicia divina o poética le da su merecido al final de la historia? No sé si este era el planteamiento de Brontë, porque, a pesar de haber castigo, también es cierto que es hasta cierto punto benevolente y le regala un final feliz y no es menos verdad que la ceguera y las secuelas físicas del incendio que padece Rochester son un elemento dramático que funciona muy bien, que impacta, horroriza y seduce al lector a partes iguales; pero tal vez sea demasiado para un hombre, en el fondo, que ha luchado toda su vida contra el engaño, el abuso de los demás, la traición y una bonhomía que le ha llevado a ese engaño en más de una ocasión.
El Rochester de Rhys parece, al menos al principio, más seguro, más caballero, aunque lo que le va ocurriendo a lo largo de la novela y lo que ve en el Caribe le transformen profundamente.
Así pues, nuevamente hay que decir que Rhys viene a completar la historia con profundidad y verosimilitud y que Rochester crece y se humaniza tras las lectura de ambas novelas.
Creo que muy acertada, por todo lo que he dicho hasta ahora, la lectura conjunta de ambas obras aunque es verdad que, a pesar de la que la de Rhys pueda ser considerada como una precuela de la de Brontë, recomendaría leer primero Jane Eyre y luego El ancho mar de los Sargazos.
Finalmente, me gustaría destacar que, a pesar de lo dicho hasta ahora y de cómo se complementan y se enriquecen estas dos novelas, los estilos, los recursos literarios y la forma de ambas es totalmente diferente. Es decir, Rhys no trata de imitar a Brontë sino que utiliza tanto a la mujer del ático como a Rochester como excusa, como percha, si se quiere, para escribir y, a partir de ahí, es capaz de generar una novela completa, independiente, original, con carácter y estilo propio y diferente, lo cual me parece todo un logro.
Nos seguimos leyendo.
Dos grandes novelas. Y perfecto el análisis que has hecho de cada una de ellas.
ResponderEliminarBesots!!!
Magnífica entrada Lidia y muy de acuerdo contigo.
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