Leí este libro el año pasado y me gustó. Durante el mes pasado ha vuelto a él, porque lo he incluido en mi tesina, y he descubierto aún más matices, así que me ha dado que pensar otra vez. Por eso, he decido rescatar la reseña que publiqué en su momento en Anika entre Libros, para compartir contigo esta novela lírica que tantas reflexiones propone.
Argumento:
Sergio
Prim desmenuza para su amada Brezo su fracasada historia de amor,
condenada desde el principio por un hombre con fobia al compromiso cuyo
único objetivo en la vida es habitar un vacío. A ella (y a nosotros) le
irá contando sus miedos, su tendencia al escapismo, cómo se oculta de la
realidad que le persigue con cuerpo de mujer fatal, su falta de
sintonía con un mundo con el que choca (literalmente) de forma constante
y con qué criterios va configurando la escala de su mapa de la vida al
tiempo que trata de comprender la escala que aplican los demás. Una
poética reflexión sobre las relaciones personales y los miedos que
entran en juego cuando amamos.
Opinión:
La escala de los mapas es, como su propio nombre indica, un juego de perspectivas. Un juego literario que se muestra ya en el segundo de los breves capítulos que conforman la obra. Un juego de luces y sombras, de enfoques y personas narrativas, de tiempos y espacios, de técnicas y de destinatarios, de metáforas y sugerencias.
Es, en primer lugar, un juego de perspectivas que
muestra la relación entre el punto de vista y el tamaño relativo de las
cosas. Así, igual que puedes tapar con tu dedo el sol y pensar que es
más grande que el propio astro, el protagonista de la novela, Sergio
Prim, muestra cómo el amor nos lleva a poner al amado en una escala
diferente en nuestro mapa sentimental, a darle una dimensión mayor que
al resto de los seres humanos, quizá exagerada, quizá, incluso,
desmedida. De esa manera, pasa de ocupar su posición relativa en nuestro
tiempo y nuestro espacio a situarse en un estado preeminente, ocultando
parte del mundo que se queda, en comparación, en una escala menor; a
llenarlo todo, a invadirlo todo, hasta convertirse, en ocasiones, en
obsesión.
Una obsesión como la que Prim muestra por su amada,
Brezo, una mujer del pasado a la que encuentra fortuitamente y con la
que emprende una intensa relación. Prim, narrador en primera persona
(aunque en ocasiones habla de sí mismo en tercera persona, en una suerte
de desdoblamiento metafórico que muestra tanto su lucha interior entre
el amor y el miedo al compromiso, el amor físico y el amor sentimental
como la dualidad entre locura y cordura), escribe estas páginas a una
Brezo que se aleja y se desdibuja, a la que recuerda su historia de amor
al mismo tiempo que va interpretando las razones de ese fracaso: el
pasado de ella (sus amores como catarros mal curados), la fobia al
compromiso de él, la soledad, la necesidad de encontrar un lugar propio,
las relaciones con el entorno. Con un tono apasionado, vehemente,
implorante en ocasiones, desesperado, suplicante (abundan, pues, las
repeticiones, la imprecaciones, las alusiones directas a Brezo… en una
narración en segunda persona), Prim intenta mostrar a su amada y al
resto del mundo sus razones, sus circunstancias, su modo de entender la
vida, la escala que utiliza para moverse por su propio mapa del mundo.
La escala de los mapas
es, también, un juego de espacios y tiempos, que viaja a
través de ellos, que une pasado, presente y futuro hasta desdibujar la
esencia misma de las coordinadas que nos anclan a una época determinada
de la historia y a un rincón específico del mundo. Buena muestra es la
metáfora del nadador que pretendía llegar a su casa a través del
circuito que unía a todas las piscinas del mundo.
Pero es, ante todo, un juego literario y cultural.
Un maravilloso juego literario que mezcla las narraciones en primera,
segunda y tercera persona; que enmaraña a los destinatarios del texto
(Brezo, sí, pero también Prim se dirige a un “ustedes”, a unos amigos a
los que habla en segunda personal del plural) y que puebla el texto de
referencias a otras obras (literarias pero también cinematográficas,
musicales, artísticas…), de metáforas, imágenes y sugerencias (casi
todas realmente extraordinarias, tremendamente poéticas y capaces de
conmover al lector, de mover sus sentimientos). Y todo ello envuelto en
una atmósfera irreal, onírica, brumosa, en la que los perfiles entre la
cordura y la locura, entre lo soñado y lo real, entre lo imaginado y lo
ocurrido y entre la realidad y la ficción se desdibujan hasta convertir a
la propia realidad en una mujer fatal propia del cine negro.
Belén Gopegui
realiza, uniendo la belleza literaria y formal con la
reflexión a través del contenido, un estudio sobre la soledad, sobre el
miedo al compromiso, sobre ese hombre que busca habitar un hueco, un
vacío; un hombre lleno de fantasías de simultaneidad o de escapismo,
como tantos otros, que intenta escapar de la realidad y fundirse con la
nada, con el espacio vacío que se encuentra entre los átomos, el
silencio que separa cada nota y convierte el ruido en melodía. Una
hermosísima metáfora sobre el miedo a los demás pero también a uno
mismo, el miedo a amar y a ser amado.
Nos seguimos leyendo.
Maravillosa reseña! Y de nuevo me descubres un libro y me dejas con ganas de leerlo.
ResponderEliminarBesotes!!!
Me gusta...me gusta mucho lo que nos cuentas.
ResponderEliminarTomo buena nota y lo añado a mi lista de "me lo pido" !
Muchas gracias por tu magnífica reseña ;) Besos