El trabajo del niño es poco pero el que lo rechaza es un loco.
Estas eran las palabras mágicas que abrían las puertas de la cocina de mi bisabuela, el "ábrete, Sésamo" que me permitía sentarme a su lado y ayudarla a lo que fuera: quitarle la hebra a las judías verdes, batir un huevo, redondear las albóndigas, dar forma a las croquetas... Cualquier cosa que unas manos pequeñas e inexpertas como las mías pudieran hacer. Y mientras, hablábamos de la vida, de la familia, de mis cosas, de los programas de la tele, de recetas de cocina... de todo.
Con un gesto tan simple como permitir que la ayudara a cocinar, mi bisabuela Chon me hacía sentir mayor, responsable, capaz. Hoy, cuando tantas veces me pregunto cómo debo actuar con mi hija, qué debo hacer para que sea responsable e independiente, cabal y segura de sí misma, respetuosa con los demás y buena persona; hoy, después de leer tantos libros y ver tantos programas de televisión sobre cómo educar a los hijos; hoy que tengo a quien legar la herencia que he recibido de mi familia, hoy... me acuerdo de mi bisabuela. Y de lo que sentía a su lado.
Pude disfrutarla durante mucho tiempo, aunque el tiempo con las personas a las que quieres siempre se hace demasiado corto cuando mueren. Falleció hace ahora once años. Y últimamente he pensado mucho en ella. Parte de la culpa de esos recuerdos la tiene este libro, que he reseñado para Anika entre Libros:
Cuenta cómo se refuerza el vínculo entre una abuela y su nieto a través de la comida. No es una maravilla literaria, pero es uno de esos libros que cuenta historias entrañables, historias sencillas que recuerdan al lector la magia que esconde cada día que amanece. Leyendo las aventuras culinarias de Sebastián y Lola me he acordado de algo que nunca había olvidado pero que, a veces, queda adormecido dentro de mí: el vínculo que mi abuela Chon y yo teníamos. A pesar de lo oculta que su historia ha estado siempre para nosotros, los bisnietos, y de que aun hoy no sepa a ciencia cierta cuál fue su pasado, la quiero y la admiro. Por lo que sé y por lo que me imagino.
Hoy me he vuelto a acordar de ella y del libro. Lucía me ha ayudado a hacer albóndigas. Y sé que se ha sentido mayor, orgullosa de sí misma y satisfecha por haberme ayudado. Y ha comprendido que cocinar también es una forma de decir te quiero, porque cuando ha llegado su padre le ha preguntado qué le ha parecido la comida y cuando él ha respondido que estaba buenísima, ella le ha contestado: "es que lo hemos hecho tus chicas, con mucho amor". Es una lección que quería que aprendiera mi hija y unos sentimientos (la satisfacción, la valía, la felicidad que da hacer algo por alguien) que me gustaría que conservase para siempre.
Soy como soy por muchas razones, por muchas de las cosas que me han pasado, por todos los sentimientos y vivencias que he experimentado. Pero un trocito de mí es como es por mi abuela Chon. Sé que a ella y a mi abuela Angelita les debo muchas cosas, sobre todo, mi pasión por la cocina. Cuando se tienen buenas maestras, es difícil no aprender. Espero serlo yo también.
Nos seguimos leyendo.
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