“Todo principio de relato es siempre una especie de contrato entre escritor y lector. Hay, por supuesto, toda clase de contratos, incluyendo los que son insinceros. A veces, el párrafo inicial actúa a la manera de un pacto secreto entre escritor y lector, a espaldas del protagonista” (Amos Oz, La historia comienza)
Me encanta ese momento en que abres un libro nuevo y saboreas sus primeras palabras. Son un señuelo para que continúes paseando tus ojos por sus páginas, para que te quedes con la historia que propone, para que sueñes con sus protagonistas; una señal que marca el camino para el resto del libro, tanto en cuanto al estilo como al argumento (aunque estoy con Amos Oz cuando advierte de esos contratos insinceros con los que a veces nos encontramos; descubrir la treta del narrador también es un aliciente más para continuar con la lectura).
El primer párrafo de un libro es un aperitivo, el entrante de un gran banquete. Por eso, supongo, cuesta tanto escribirlo y por eso se degusta con el paladar preparado para extraer todos los sabores que ese primer bocado (preludio de lo que vendrá) pueda reunir. No suelo elegir qué libro leo basándome en la primera página, pero sí es cierto que, una vez seleccionado, es uno de los puntos más importantes para mí, casi un rito. ¿Firmo el contrato? Por supuesto que sí.
Yo, que soy fan de las primeras palabras de un libro, he descubierto (gracias a Xula), que hay una costumbre de la blogosfera muy atractiva e interesante: dedicar el viernes a copiar el principio del libro que esté leyendo en ese momento. Los libro-blogueros que he encontrado buceando en internet lo llaman Book Beginnings on Friday y se refieren a este nombre mediante sus siglas: BBF. Así que ahí va mi primer BBF o, lo que es lo mismo:
BBF#1
No dormían. Era el martes 11 de octubre de1994, la noche había caído sobre Madrid hacía ya varias horas y, en las calles, escaparates encendidos, luces de automóviles, el alumbrado público, rótulos, el párrafo de la claridad en la escalera, de los edificios repentinamente abiertos, mujeres fumando, hombres fumando, el interior de los últimos autobuses, ventanas como sellos luminosos y semáforos disputaban contra esa sombra mientras, en camas y pisos distintos, Carlos Maceda, Santiago Álvarez y Marta Timoner se debatían contra el insomnio. (“La conquista del aire”, Belén Gopegui)
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