Ficha técnica:
Título: La mujer que llora Autora: Zoé Valdés Editorial: Planeta Género: novela Páginas: 384
Publicación: 11/04/2013 ISBN: 978-84-08-01391-4
Sinopsis (editorial):
Una escritora prepara una novela sobre la vida de Dora Maar, una de las artistas con mayor talento del surrealismo hasta que su vida se cruzó con la de Pablo Ruiz Picasso. Amante, musa y, finalmente, víctima del artista, Dora emprende un viaje a Venecia que marcará un punto de inflexión en su vida. A su regreso a París, se retirará del mundo, encerrándose en su apartamento para siempre. Cuando se cumplen cuarenta años de la muerte del genio malagueño, Zoé Valdés se adentra en el alma de una mujer que fue capaz de todo por amor, y nos regala una vívida y emocionante novela sobre la pasión llevada al límite.
Hay parejas que tienen hijos, parejas que tienen perros... Picasso y Dora Maar tenía un cuadro, el Guernica. Y a veces, eso que más queremos, nuestra mejor obra, nuestro mayor logro se convierte en el principio del fin. Dora, pintora y fotógrafa, documentó el proceso de creación de la gran obra del gran genio (he encontrado esta web en la que se muestran esas fotografías) y cometió el gran error de sugerir, de corregir, de criticar: nunca se te dio bien pintar soles, le dijo a Picasso. Y, aunque el pintor le hizo caso y cambió el sol original por un surrealista ojo con bombilla en vez de pupila, ahí comenzó el declive de una relación que había durado diez años.
Una relación que Zoé Valdés nos muestra, aquí, novelada en un intento, creo yo, de comprender recreando, de entender imaginando cada detalle de ese tortuoso amor. Valdés dibuja a un Picasso orgulloso, brutal, narcisista, egoísta, muy sexualizado, genio, sí, pero también vil, hasta inhumano en ocasiones. La autora pone el dedo en la llaga al hablar de su relación o falta de una mayor implicación contra los regímenes políticos y grandes acontecimientos del siglo XX, como el nazismo o la Guerra Civil, y el no haber ayudado con el suficiente empeño a amigos que cayeron bajos sus garras. Pero, para mí, su mayor vileza es el trato que dio a Dora Maar (y advierto que hablo del personaje literario creado por Valdés, no del personaje histórico que fue Picasso). El pintor es cruel con su amante y le reserva un trato que creo muy cercano al maltrato psicológico: critica su gordura, le dice que no es bella y que por eso le cuesta tanto pintarla, la convierte en saciadora de su propio deseo, la anula, la aparta en reuniones sexuales y sociales... Valdés ofrece tantos y tantos ejemplos que es imposible que no se te pongan los pelos de punta leyéndolos.
Tantos ejemplos no hacen sino acrecentar la gran pregunta que se plantea en la novela: ¿por qué Dora Maar, una artista de talento, una mujer independiente e inteligente, se enamoró hasta tal punto de Picasso que se entregó por completo a él, rindiéndole la obediencia ciega que anula la personalidad; hasta el punto de enloquecer cuando él la abandona y tener que ser, o ser obligada a, o permitir ser ingresada en un centro psiquiátrico y recibir tratamiento con electroshock, a pesar de no cumplir los requisitos para ello; hasta el punto de no volver a amar a ningún hombre e ir aislándose progresivamente hasta apartarse totalmente de los amigos, de la gente, de la vida? Valdés recrea ese camino hacia la soledad con acierto, haciendo muchas preguntas, planteando las propias dudas que es de suponer tendría Dora ("¿Cómo es posible que una mujer inteligente como ella se comportara de ese modo tan insoportablemente sumiso?"), sugiriendo respuestas y dejando que el lector pueda ir respondiéndolas a través de los episodios recreados.
Quizá la única respuesta posible a esa pregunta sea que Picasso era un genio y el trato personal con alguien así siempre es complicado. Para Dora, Picasso es más que un genio: es un dios, su dios, el sol que la ilumina y la hace vivir. Por eso se entregó a él sin condiciones, sin reparar en el tortuoso camino que ha de recorrer hasta que uno solo de sus rayos le caliente el aliento. Se me ha hecho difícil entender este amor, esta relación, este endiosamiento, esta devoción y, sobre todo, esa capacidad para sufrir, para ser vejada, para ser herida y seguir queriendo. Quizá porque la idea del sacrificio religioso no está demasiado arraigada en mí.
Valdés retrata al Picasso autor pero también al Picasso persona y las relaciones que mantuvo en su época y, así, reflexiona sobre la diferencia entre el arte y la verdad, sobre lo que un artista nos hace sentir y pensar y, por lo tanto, las expectativas que nos creamos sobre su personalidad y la realidad. Pero, al mismo tiempo, Valdés ahonda en la construcción del arte, en cómo (como dice Dora) un árbol es solo un árbol, un montón de hojas y madera, hasta que Picasso lo pinta y le da un nuevo valor, un valor artístico pero también un valor significativo, que antes no tenía.
El arte, la creación artística, está muy presente en la novela. Valdés habla mucho de pintura y también de fotografía, pero toda la trama está impregnada por el ambiente cultural e intelectual de la Europa de la primera mitad del siglo XX. Introduce, así, a muchos creadores reales en la trama, bien como mero decorado o bien cumpliendo papeles fundamentales en el desarrollo de la acción. Historia y ficción se dan la mano en esta novela, que ha obtenido el Premio Azorín este año, para reflexionar, de nuevo, sobre la verdad del arte, sobre los límites entre lo real y lo imaginado.
De hecho, Zoé Valdés introduce el juego metaliterario de la escritora que busca una historia: esta novela comienza cuando esa escritora se encuentra con Bernard, que fue amigo de Picasso y de Dora, y le cuenta que está escribiendo una novela sobre ellos. Esa escritora de ficción escribe en primera persona y su propia trayectoria vital hace dudar al lector sobre la posibilidad de que Valdés esté hablando sobre ella misma. Pero la vida es la vida y el arte es el arte y, como dice la escritora de ficción, parafraseando a Juan Rulfo: "No suelo escribir más de lo que me inspira la verdad, aunque sea mentira. La literatura, ya lo sabrá, es una mentira que cuenta la verdad".
Valdés sitúa la acción de esta novela en la desinhibida Francia de los años 20 y 30, esa que derrochaba libertad, creatividad y amor libre. Esa que dio lugar a muchas Vanguardias y que fue cuna del Surrealismo, movimiento al que se adscribieron muchos de los artistas que aparecen en la novela, incluida la propia Dora. En ese ambiente de libertad absoluta, de libertad para crear sin las ataduras del yo consciente, de libertad para amar sin tener en cuenta las fronteras morales, ni las fronteras de los cuerpos, ni las fronteras de los géneros, Valdés describe relaciones de todo tipo: de amistad, de amor, de fraternidad, filial... y descubre los hilos invisibles que unen y separan a quienes las protagonizan, los puntos de conflicto y los momentos de unión total.
Mientras leía la novela he pensado en muchas ocasiones sobre la naturaleza del amor, sobre lo diferente que es, dependiendo de cómo lo entendamos, incluso en una misma persona, si está con una pareja o con otra. El amor nos hace diferentes, nos transforma, nos moldea. Como dice Valdés: "Está comprobado que cuando una pareja se compenetra profundamente, las virtudes y los defectos de uno empiezan a reproducirse y multiplicarse en el otro. Para bien y para mal".
Y tampoco he podido dejar de pensar en esos amores tortuosos, en los límites de una pareja, en el trato, el respeto, la comprensión mutua. En ese amor que ha de conjugar, como dice Dora en la novela, "la solidez del arte y la aventura del amor". Y en lo difícil que debe ser querer a un genio. Y si ese genio es capaz de amar a alguien que no sea él mismo.
A través de las relaciones que va estableciendo Dora a lo largo de la novela y de sus sentimientos, reacciones y pensamientos, Valdés va indagando en el alma femenina, profundizando en lo que supone ser mujer, en sus luchas y sus fracasos. Dora es "la otra", la amante de un Picasso que tiene hijos con otras mujeres. Pero Dora no puede darle esos hijos. La novela esboza, así, el tema de la maternidad y de la paternidad, aunque solo sea de pasada, dejando que el lector complete los huecos de una reflexión solo esbozada.
Pero Dora también es mujer y artista y en la obra también se plantea la naturaleza de su fama: Maar (y este es el punto de partida de la investigación que lleva a cabo la escritora de la novela) es una fotógrafa con gran talento (algunos personajes dicen en la obra que era peor pintora que fotógrafa) y por eso (además de por otras aventuras amorosas) era conocida antes de Picasso. Pero después de su relación con él, ¿llegará a ser conocida por otro motivo? Valdés esboza la reflexión sobre el papel secundario de la mujer en el arte, condenada a ser objeto en lugar de sujeto que realice la acción artística. Pero, por otra parte, Dora parece aceptar, al menos en parte, su destino cuando dice que los cuadros de Picasso que adornan sus paredes valen más en su casa que en un museo o en una galería porque son los cuadros del pintor que pertenecen a su amante, lo que añade un plus, un valía mayor a las obras.
A la Dora mujer también le preocupa la belleza, la robustez de un cuerpo que tiende a engordar y, por lo tanto, a alejarse del ideal de belleza lánguida que puso de moda la guerra; le preocupa la relación con las otras mujeres de Picasso, con otras mujeres, el deseo, el poder de quien es madre de un hijo frente a quien es solo madre de un cuadro, la comunicación, la atracción entre las personas, el paso de tiempo, la soledad, la incapacidad para querer a nadie que no sea Picasso, el divorcio entre la inteligencia y el cuerpo, entre el deseo que produce una mujer inteligente y al que da lugar una mujer atractiva, la imagen que tendrá de ella el futuro: quizá nunca será Dora Maar, la artista; ni siquiera Dora Maar, la amante de Picasso. Quizá para las generaciones venideras solo sea la mujer que llora en los cuadros del genio, porque así es como él la retrató, a pesar de que ella no se sentía reflejada por ese cliché. Como dice el personaje en la novela: "fui su diosa. Me utilizó hasta que supuso que ya no quedaba nada de mí que él pudiera explotar y sojuzgar, hasta que me hubo hecho centenares de retratos y hubo decretado con todos ellos que, más que una persona, yo era una figura de su propiedad que debía ser, ad infínitum, altamente valorada".
A pesar de esta indagación en el alma femenina, hay algunas categorizaciones de la voz narrativa que no he compartido en absoluto, como cuando dice algo así como que los hombres se paralizan ante el abandono, o el miedo, ya no recuerdo (y no apunté la cita, mal por mí) mientras que las mujeres se reinventan y siguen adelante. Conozco mujeres paralizadas y hombres que han continuado. De hecho, creo que todo el mundo continúa hacia adelante, más lastrado, dañado, tarado... pero continúa.
Y a pesar de todo lo dicho hasta ahora (que no es poco), de todo lo que me ha hecho pensar y de lo que he disfrutado con ciertos aspectos de la novela, yo no sé qué me ha pasado que me ha costado un montón leerla. No creo que tenga nada que ver con el fragmentarismo ni con los cambios de narrador (hay un narrador omnisciente pero va dando la voz a diferentes personajes a lo largo de la novela para que hablen al lector en primera persona), ni con esa estructura narrativa que va entretejiendo una trama más antigua con otra más reciente... Pero el caso es que, después de escribir esta reseña y ver todo lo que me ha gustado de la obra, todo lo que la novela me ha dicho, sigo sin entender por qué no me ha tocado el corazón. Tendré que seguir pensando en ello.
Nos seguimos leyendo.
Una relación que Zoé Valdés nos muestra, aquí, novelada en un intento, creo yo, de comprender recreando, de entender imaginando cada detalle de ese tortuoso amor. Valdés dibuja a un Picasso orgulloso, brutal, narcisista, egoísta, muy sexualizado, genio, sí, pero también vil, hasta inhumano en ocasiones. La autora pone el dedo en la llaga al hablar de su relación o falta de una mayor implicación contra los regímenes políticos y grandes acontecimientos del siglo XX, como el nazismo o la Guerra Civil, y el no haber ayudado con el suficiente empeño a amigos que cayeron bajos sus garras. Pero, para mí, su mayor vileza es el trato que dio a Dora Maar (y advierto que hablo del personaje literario creado por Valdés, no del personaje histórico que fue Picasso). El pintor es cruel con su amante y le reserva un trato que creo muy cercano al maltrato psicológico: critica su gordura, le dice que no es bella y que por eso le cuesta tanto pintarla, la convierte en saciadora de su propio deseo, la anula, la aparta en reuniones sexuales y sociales... Valdés ofrece tantos y tantos ejemplos que es imposible que no se te pongan los pelos de punta leyéndolos.
Tantos ejemplos no hacen sino acrecentar la gran pregunta que se plantea en la novela: ¿por qué Dora Maar, una artista de talento, una mujer independiente e inteligente, se enamoró hasta tal punto de Picasso que se entregó por completo a él, rindiéndole la obediencia ciega que anula la personalidad; hasta el punto de enloquecer cuando él la abandona y tener que ser, o ser obligada a, o permitir ser ingresada en un centro psiquiátrico y recibir tratamiento con electroshock, a pesar de no cumplir los requisitos para ello; hasta el punto de no volver a amar a ningún hombre e ir aislándose progresivamente hasta apartarse totalmente de los amigos, de la gente, de la vida? Valdés recrea ese camino hacia la soledad con acierto, haciendo muchas preguntas, planteando las propias dudas que es de suponer tendría Dora ("¿Cómo es posible que una mujer inteligente como ella se comportara de ese modo tan insoportablemente sumiso?"), sugiriendo respuestas y dejando que el lector pueda ir respondiéndolas a través de los episodios recreados.
ARTE Y VERDAD
Quizá la única respuesta posible a esa pregunta sea que Picasso era un genio y el trato personal con alguien así siempre es complicado. Para Dora, Picasso es más que un genio: es un dios, su dios, el sol que la ilumina y la hace vivir. Por eso se entregó a él sin condiciones, sin reparar en el tortuoso camino que ha de recorrer hasta que uno solo de sus rayos le caliente el aliento. Se me ha hecho difícil entender este amor, esta relación, este endiosamiento, esta devoción y, sobre todo, esa capacidad para sufrir, para ser vejada, para ser herida y seguir queriendo. Quizá porque la idea del sacrificio religioso no está demasiado arraigada en mí.
Valdés retrata al Picasso autor pero también al Picasso persona y las relaciones que mantuvo en su época y, así, reflexiona sobre la diferencia entre el arte y la verdad, sobre lo que un artista nos hace sentir y pensar y, por lo tanto, las expectativas que nos creamos sobre su personalidad y la realidad. Pero, al mismo tiempo, Valdés ahonda en la construcción del arte, en cómo (como dice Dora) un árbol es solo un árbol, un montón de hojas y madera, hasta que Picasso lo pinta y le da un nuevo valor, un valor artístico pero también un valor significativo, que antes no tenía.
El arte, la creación artística, está muy presente en la novela. Valdés habla mucho de pintura y también de fotografía, pero toda la trama está impregnada por el ambiente cultural e intelectual de la Europa de la primera mitad del siglo XX. Introduce, así, a muchos creadores reales en la trama, bien como mero decorado o bien cumpliendo papeles fundamentales en el desarrollo de la acción. Historia y ficción se dan la mano en esta novela, que ha obtenido el Premio Azorín este año, para reflexionar, de nuevo, sobre la verdad del arte, sobre los límites entre lo real y lo imaginado.
De hecho, Zoé Valdés introduce el juego metaliterario de la escritora que busca una historia: esta novela comienza cuando esa escritora se encuentra con Bernard, que fue amigo de Picasso y de Dora, y le cuenta que está escribiendo una novela sobre ellos. Esa escritora de ficción escribe en primera persona y su propia trayectoria vital hace dudar al lector sobre la posibilidad de que Valdés esté hablando sobre ella misma. Pero la vida es la vida y el arte es el arte y, como dice la escritora de ficción, parafraseando a Juan Rulfo: "No suelo escribir más de lo que me inspira la verdad, aunque sea mentira. La literatura, ya lo sabrá, es una mentira que cuenta la verdad".
AMORES Y AMORES
Valdés sitúa la acción de esta novela en la desinhibida Francia de los años 20 y 30, esa que derrochaba libertad, creatividad y amor libre. Esa que dio lugar a muchas Vanguardias y que fue cuna del Surrealismo, movimiento al que se adscribieron muchos de los artistas que aparecen en la novela, incluida la propia Dora. En ese ambiente de libertad absoluta, de libertad para crear sin las ataduras del yo consciente, de libertad para amar sin tener en cuenta las fronteras morales, ni las fronteras de los cuerpos, ni las fronteras de los géneros, Valdés describe relaciones de todo tipo: de amistad, de amor, de fraternidad, filial... y descubre los hilos invisibles que unen y separan a quienes las protagonizan, los puntos de conflicto y los momentos de unión total.
Mientras leía la novela he pensado en muchas ocasiones sobre la naturaleza del amor, sobre lo diferente que es, dependiendo de cómo lo entendamos, incluso en una misma persona, si está con una pareja o con otra. El amor nos hace diferentes, nos transforma, nos moldea. Como dice Valdés: "Está comprobado que cuando una pareja se compenetra profundamente, las virtudes y los defectos de uno empiezan a reproducirse y multiplicarse en el otro. Para bien y para mal".
Y tampoco he podido dejar de pensar en esos amores tortuosos, en los límites de una pareja, en el trato, el respeto, la comprensión mutua. En ese amor que ha de conjugar, como dice Dora en la novela, "la solidez del arte y la aventura del amor". Y en lo difícil que debe ser querer a un genio. Y si ese genio es capaz de amar a alguien que no sea él mismo.
SER MUJER
A través de las relaciones que va estableciendo Dora a lo largo de la novela y de sus sentimientos, reacciones y pensamientos, Valdés va indagando en el alma femenina, profundizando en lo que supone ser mujer, en sus luchas y sus fracasos. Dora es "la otra", la amante de un Picasso que tiene hijos con otras mujeres. Pero Dora no puede darle esos hijos. La novela esboza, así, el tema de la maternidad y de la paternidad, aunque solo sea de pasada, dejando que el lector complete los huecos de una reflexión solo esbozada.
Pero Dora también es mujer y artista y en la obra también se plantea la naturaleza de su fama: Maar (y este es el punto de partida de la investigación que lleva a cabo la escritora de la novela) es una fotógrafa con gran talento (algunos personajes dicen en la obra que era peor pintora que fotógrafa) y por eso (además de por otras aventuras amorosas) era conocida antes de Picasso. Pero después de su relación con él, ¿llegará a ser conocida por otro motivo? Valdés esboza la reflexión sobre el papel secundario de la mujer en el arte, condenada a ser objeto en lugar de sujeto que realice la acción artística. Pero, por otra parte, Dora parece aceptar, al menos en parte, su destino cuando dice que los cuadros de Picasso que adornan sus paredes valen más en su casa que en un museo o en una galería porque son los cuadros del pintor que pertenecen a su amante, lo que añade un plus, un valía mayor a las obras.
A la Dora mujer también le preocupa la belleza, la robustez de un cuerpo que tiende a engordar y, por lo tanto, a alejarse del ideal de belleza lánguida que puso de moda la guerra; le preocupa la relación con las otras mujeres de Picasso, con otras mujeres, el deseo, el poder de quien es madre de un hijo frente a quien es solo madre de un cuadro, la comunicación, la atracción entre las personas, el paso de tiempo, la soledad, la incapacidad para querer a nadie que no sea Picasso, el divorcio entre la inteligencia y el cuerpo, entre el deseo que produce una mujer inteligente y al que da lugar una mujer atractiva, la imagen que tendrá de ella el futuro: quizá nunca será Dora Maar, la artista; ni siquiera Dora Maar, la amante de Picasso. Quizá para las generaciones venideras solo sea la mujer que llora en los cuadros del genio, porque así es como él la retrató, a pesar de que ella no se sentía reflejada por ese cliché. Como dice el personaje en la novela: "fui su diosa. Me utilizó hasta que supuso que ya no quedaba nada de mí que él pudiera explotar y sojuzgar, hasta que me hubo hecho centenares de retratos y hubo decretado con todos ellos que, más que una persona, yo era una figura de su propiedad que debía ser, ad infínitum, altamente valorada".
A pesar de esta indagación en el alma femenina, hay algunas categorizaciones de la voz narrativa que no he compartido en absoluto, como cuando dice algo así como que los hombres se paralizan ante el abandono, o el miedo, ya no recuerdo (y no apunté la cita, mal por mí) mientras que las mujeres se reinventan y siguen adelante. Conozco mujeres paralizadas y hombres que han continuado. De hecho, creo que todo el mundo continúa hacia adelante, más lastrado, dañado, tarado... pero continúa.
Y a pesar de todo lo dicho hasta ahora (que no es poco), de todo lo que me ha hecho pensar y de lo que he disfrutado con ciertos aspectos de la novela, yo no sé qué me ha pasado que me ha costado un montón leerla. No creo que tenga nada que ver con el fragmentarismo ni con los cambios de narrador (hay un narrador omnisciente pero va dando la voz a diferentes personajes a lo largo de la novela para que hablen al lector en primera persona), ni con esa estructura narrativa que va entretejiendo una trama más antigua con otra más reciente... Pero el caso es que, después de escribir esta reseña y ver todo lo que me ha gustado de la obra, todo lo que la novela me ha dicho, sigo sin entender por qué no me ha tocado el corazón. Tendré que seguir pensando en ello.
Nos seguimos leyendo.
Agradezco
a Planeta el envío de este ejemplar.
Incluyo este libro en los siguientes retos:
- Desafío100 libros: 99/100
Interesante novela la que nos traes hoy, Lidia. Para mi es una sorpresa la figura de esta mujer pues siempre asocié a Dalí con su querida Gala. No pensé que habría otras mujeres en su vida. Muy buena tu reseña. Besos.
ResponderEliminarHay algo que no me termina de convencer, quizás si se me cruza la leeré pero no se...gracias por la reseña,besotes
ResponderEliminarMe acabas de recordar con tu entrada que tengo en casa el libro 'Picasso y Dora', un análisis de esa relación, pero no novelada, de Alba. Justo el otro día, antes de empezar con 'Madame Proust...' lo estuve mirando, pero al final lo volví a dejar. Siempre se ha dicho que Picasso era un monstruo que se comía el arte de sus parejas. Si me tengo que animar con esta relación creo que optaré por el que tengo en casa.
ResponderEliminarBesos
la tengo pendiente y me has dejado un poco fría. Ya veremos como me resulta a mí.
ResponderEliminarPues yo creo que a pesar de haber dicho cosas estupendas sobre el libro en la reseña, se ha notado a lo largo de ella que no te ha terminado de calar. A mí la sinopsis no me seduce y aunque leí a Valdés hace tiempo y me gustó, de momento no creo que repita. Besos.
ResponderEliminarNo pinta mal, pero de momento lo dejaré pasar...
ResponderEliminarLa portada es atractiva, el tema también, pero hay algo que no termina de llamarme. Estupenda reseña. Un beso.
ResponderEliminarPues no me importaría leerla, aunque quizás no me toque el corazón siento curiosidad por estos dos genios del arte. Besos.
ResponderEliminarCreo que lo dejo pasar, que este no me convence del todo...
ResponderEliminarBesotes
me gusta leo muchos libros me llamo la atencion desde q vi el
ResponderEliminarkatita ksvajk