Sé positivamente que a mi familia le crea ciertos problemillas mi
estado civil, el hecho de que mi media mitad y yo llevemos casi nueve años viviendo
juntos, tengamos una niña... pero no hayamos pasado ni por el altar, ni por
mesa de ayuntamiento o juzgado alguna. Pero sé, también positivamente, que los
problemas tiene más que ver con categorizarnos, con incluirnos en alguna
categoría, que con un posible rechazo a la situación o a mi media langosta,
que no es el caso. Pero sí es cierto que cuando alguien de mi entorno intenta
presentárselo a otra persona se queda sin saber qué decir: es el futuro
marido, es la pareja, es el novio, es el marido, es el padre de... Y al
final todo resulta un poco incómodo.
Pero esta incomodidad es muy llevadera comparada con la que me hacen
sentir otras personas que no están en mi entorno. Sobre todo, aquellas que
creen que por no haber firmado un papel no tienes unos compromisos, unos
deberes y unas lealtades hacia tu pareja y piensan que aún sigues conservando
los ‘privilegios’ de la soltería o aquellas otras que consideran que no tienes
los mismos derechos que un casado, aunque sí tengas los mismos deberes.
Cualquiera de los dos casos minusvaloran la situación y convierten en extraño
algo que, para mí, es natural: mi media mitad y yo nos queremos y hemos fundado
una familia, para mí tan válida como las demás.
Lo
que más pena me da de todo esto es el afán por encasillarnos que tenemos.
Tienes que ser soltera o casada, blanca o negra, lista o tonta, gorda o flaca,
rubia o morena, sin medias tintas, sin matices, sin grises. Cuando me encuentro
en estas situaciones me acuerdo de El Principito: «A los mayores les gustan las
cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo
esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ‘¿Qué tono tiene su voz?
¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?’ Pero en cambio
preguntan: ‘¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su
padre?’ Solamente con estos detalles creen conocerle».
En el fondo, es una
manera más de perder nuestra libertad.
Nos seguimos leyendo.
Te comprendo perfectamente, la sociedad lo encasilla todo, si no lo hace parece que no están a gusto. Si no perteneces estás en alguna de esas casillas estás en el limbo social verdad?
ResponderEliminarEl caso que nos cuenta es muy habitual, personalmente mi hermano ha etado tantos años como tú en tu situación y yo cuando los presentaba lo hacía como matrimonio, el marido de... la mujer de... porque para mi el papel es lo de menos lo importante es la situación en la que conviven y es de pareja estable, en nuestra sociedad encasillada se la conoce como matrimonio así que ese era el termino que utilizaba....
En la actualidad ya están casados, un día de buena mañana dijeron pues nos vamos a casar, y se casaron.
Lidia... lo importante es la felicidad y el bienestar, lo que la sociedad impone es algo que hay que superar y tú veo que lo has
hecho.
Un besote :D
Eso creo yo, que lo importante es la felicidad y no el nombre que le des a lo que te la proporciona. Pero, tristemente, hay quien no piensa igual y cree que sólo vale la familia canónica, sin darse cuenta de que los modelos familiares han cambiado y que, con su cerrazón, no hacen más que excluir a una minoría cada vez más numerosa.
ResponderEliminarOtro debate es el de los derechos que no tenemos quienes no hacemos las cosas como cree la Administración que hay que hacerlas.
Gracias por seguir ahí, Nieves!
Un beso gordísimo!
Muchas gracias por la visita y por la invitación, Angyy!!
ResponderEliminarBuen fin de semana también para ti
Cooooorrecto Lidia. Tenemos grandes ganas siempre de querer encasillarlo todo. Ni caso. Tú palante y haced en todo momento lo que consideréis mejor para los tres. Un beso.
ResponderEliminarYa, Goyo. Lo que pasa es que, tristemente, a veces el sistema nos puede... y hay que pasar por el aro. Pero los que me sacan de quicio son los que nos hacen comulgar con ruedas de molino, creyéndose con la verdad absoluta para decidir qué familia vale (socialmente) y qué familia no vale. Besetes!
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