Título: El misterio de la cripta embrujada
Autor: Eduardo Mendoza
Editorial: Seix Barral
Género: novela de suspense, detectivesca, humor, parodia
Páginas: 192
Publicación: 17/01/2006
ISBN: 978-84-322-1701-2
La acción nos es relatada desde la perspectiva de un único narrador —el personaje principal, detective improvisado cuya creación es uno de los más felices hallazgos de la obra— y se halla comprimida en un marco temporal muy reducido en cuyo interior se encadenan los más inesperados e intrigantes acontecimientos.
Leí esta novela cuando era muy muy jovencita (sé que en algunos institutos es, desde hace años, una de las lecturas obligatorias que los profesores eligen -y, la verdad, me parece un acierto-, pero no fue mi caso) y ya iba teniendo ganas de una relectura que me recordase lo mucho que me gusta Eduardo Mendoza y lo poco que he leído de él en comparación con lo mucho que disfruto de sus libros. Es verdad que tiene una bibliografía más que extensa y que haber leído tooodos sus libros es tarea prácticamente de una vida pero con este autor tengo la sensación de que he leído menos de lo que me gustaría. Y eso es imperdonable. ¿Reto para el año que viene? Le daré unas vueltas...
Mendoza es capaz de construir una novela de intriga y suspense utilizando los elementos clásicos del género pero introduciendo ciertas transgresiones que logran introducir una veta de humor en el texto pero (y he aquí, para mí, uno de los grandes logros de la obra) sin romper el género, sin destruirlo. Es como una parodia seria, por decirlo de algún modo, una burla pero que no destruye, sino que suma y le da un giro muy interesante al género.
De hecho, el propio autor cuenta en una nota explicativa en mi edición (el libro se publicó originariamente en 1979 y mi ejemplar es de 2010, decimoséptima reimpresión, que se dice pronto) que lo escribió uniendo dos preocupaciones/obsesiones/sucesos de aquel momento: por un lado, todo lo que estaba pasando en España, durante la Transición, momento histórico que él vivió en Estados Unidos; y, por otro, que acababa de leer una novela de Ross McDonald y se planteó escribir no tanto una parodia como un homenaje, eso sí, con su particular estilo y su forma de concebir la literatura. Y así nació esta novela que, según confiesa en la misma nota, terminó en una semana y que tanto le gustó escribir. Tanto que, a día de hoy, cuando le preguntan que de todas las novelas que ha escrito cuál es su obra más querida, todavía contesta (aunque sin hacer un feo a las demás, claro está) que esta.
Y no es para menos. El misterio de la cripta embrujada nos presenta a uno de esos personajes inolvidables de la literatura española. Un personaje que ejerce de narrador y de improvisado investigador del caso, recién salido de una institución mental y metido de lleno en la investigación de una niña desaparecida en extrañas circunstancias en un colegio de monjas, tal y como ya ocurriera seis años antes. Un personaje sin nombre, histriónico, de rápida inteligencia y con una capacidad mimética y para adoptar personalidades diferentes asombrosa. Un personaje a caballo entre Lázaro de Tormes y Don Quijote, que bebe, pues, de la más alta tradición literaria española pero que la trenza con la tradición americana de las novelas policíacas y el halo de las novelas de misterio y terror de toda la vida. Y lo hace con maestría, con elegancia y sin que nada chirríe. Un hallazgo, pues.
Ese personaje es clave para el humor de la obra junto a algunas situaciones disparatadas y, sobre todo, los nombres con los que Mendoza bautiza a otros personajes de la novela o los que utiliza el protagonista en sus numerosos cambios de personalidad. Un buen ejemplo de cómo un autor puede utilizar algo tan aparentemente banal como los antropónimos para mejorar el tono y la intención de la obra.
Pero más allá del humor y de la trama detectivesca, el tercer gran pilar de la novela es el componente de crítica social que subyace en ella. Crítica social y también moral, si nos atenemos a las razones por las que desaparecen las chicas, asunto del que no voy a hablar porque no quiero destripar el misterio a nadie pero que pone el acento en la hipocresía y el valor (exagerado, diría yo) que algunos dan al dinero.
Y por si todo lo dicho fuera poco, encima se lee muy bien. El ritmo es ágil; las escenas, trepidantes; el argumento, perfectamente tramado; los capítulos, cortos y la acción no da tregua. Y la guinda del pastel: el estilo de Mendoza, su pluma, su capacidad para armar novelas y para contarlas como solo él sabe hacerlo.
En definitiva, un capricho, una chuchería literaria que se disfruta con glotonería pero que, además, alimenta. Poco más se puede pedir.
Nos seguimos leyendo.
Mendoza es capaz de construir una novela de intriga y suspense utilizando los elementos clásicos del género pero introduciendo ciertas transgresiones que logran introducir una veta de humor en el texto pero (y he aquí, para mí, uno de los grandes logros de la obra) sin romper el género, sin destruirlo. Es como una parodia seria, por decirlo de algún modo, una burla pero que no destruye, sino que suma y le da un giro muy interesante al género.
De hecho, el propio autor cuenta en una nota explicativa en mi edición (el libro se publicó originariamente en 1979 y mi ejemplar es de 2010, decimoséptima reimpresión, que se dice pronto) que lo escribió uniendo dos preocupaciones/obsesiones/sucesos de aquel momento: por un lado, todo lo que estaba pasando en España, durante la Transición, momento histórico que él vivió en Estados Unidos; y, por otro, que acababa de leer una novela de Ross McDonald y se planteó escribir no tanto una parodia como un homenaje, eso sí, con su particular estilo y su forma de concebir la literatura. Y así nació esta novela que, según confiesa en la misma nota, terminó en una semana y que tanto le gustó escribir. Tanto que, a día de hoy, cuando le preguntan que de todas las novelas que ha escrito cuál es su obra más querida, todavía contesta (aunque sin hacer un feo a las demás, claro está) que esta.
Y no es para menos. El misterio de la cripta embrujada nos presenta a uno de esos personajes inolvidables de la literatura española. Un personaje que ejerce de narrador y de improvisado investigador del caso, recién salido de una institución mental y metido de lleno en la investigación de una niña desaparecida en extrañas circunstancias en un colegio de monjas, tal y como ya ocurriera seis años antes. Un personaje sin nombre, histriónico, de rápida inteligencia y con una capacidad mimética y para adoptar personalidades diferentes asombrosa. Un personaje a caballo entre Lázaro de Tormes y Don Quijote, que bebe, pues, de la más alta tradición literaria española pero que la trenza con la tradición americana de las novelas policíacas y el halo de las novelas de misterio y terror de toda la vida. Y lo hace con maestría, con elegancia y sin que nada chirríe. Un hallazgo, pues.
Ese personaje es clave para el humor de la obra junto a algunas situaciones disparatadas y, sobre todo, los nombres con los que Mendoza bautiza a otros personajes de la novela o los que utiliza el protagonista en sus numerosos cambios de personalidad. Un buen ejemplo de cómo un autor puede utilizar algo tan aparentemente banal como los antropónimos para mejorar el tono y la intención de la obra.
Pero más allá del humor y de la trama detectivesca, el tercer gran pilar de la novela es el componente de crítica social que subyace en ella. Crítica social y también moral, si nos atenemos a las razones por las que desaparecen las chicas, asunto del que no voy a hablar porque no quiero destripar el misterio a nadie pero que pone el acento en la hipocresía y el valor (exagerado, diría yo) que algunos dan al dinero.
Y por si todo lo dicho fuera poco, encima se lee muy bien. El ritmo es ágil; las escenas, trepidantes; el argumento, perfectamente tramado; los capítulos, cortos y la acción no da tregua. Y la guinda del pastel: el estilo de Mendoza, su pluma, su capacidad para armar novelas y para contarlas como solo él sabe hacerlo.
En definitiva, un capricho, una chuchería literaria que se disfruta con glotonería pero que, además, alimenta. Poco más se puede pedir.
Nos seguimos leyendo.
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