De un tiempo a esta parte, quizá desde que he sido madre, me interesa especialmente el niño como personaje literario, el esfuerzo que debe hacer un adulto para hablar, pensar y sentir como un niño y contarlo dentro de una buena historia. Por eso, he leído varios libros protagonizados por niños en los últimos meses. Desde luego, éste es uno de los que más me ha gustado.
LA LUZ EN CASA DE LOS DEMAS
(La luci nele case degli altri, 2010)
Chiara Gamberale
Editorial Seix Barral
Colección Biblioteca Formentor
© Arnoldo Mondadori Editore, 2010
© Editorial Seix Barral, 2012
© Isabel González-Gallarza, 2012
Traducción de Isabel González-Gallarza
1ª Edición, Mayo 2012
Género y tags: Novela, Narrativa, infancia, familia, literatura italiana
ISBN: 9788432209727 480 Páginas
Argumento:
Si
las reuniones de las comunidades de vecinos suelen ser largas y
estériles a pesar de discutir problemas tan tontos como el color de los
toldos o la ubicación exacta del aire acondicionado en la fachada,
imagínate una comunidad que tuviera que ponerse de acuerdo sobre el
futuro de una niña de seis años. ¿Y si decidieran hacerse cargo de ella
entre todos los vecinos, convirtiendo cada uno de los pisos en un hogar
para ella? Entonces… ¿cuánto durarían las reuniones de vecinos?
Opinión:
Bajo
la anécdota, este libro esconde mucho más. La trama es sorprendente ya
desde el comienzo: Mandorla es una niña de seis años cuya madre, Maria,
acaba de morir en un accidente de moto. Ambas vivían solas en el 315 de
Grotta Perfetta, en Roma. Solas… en su piso, porque todos los vecinos
del inmueble sienten una gran admiración y cariño por Maria y, por
extensión, por Mandorla. Por eso, cuanto la primera fallece, convocan
una reunión de vecinos urgente y extraordinaria para decidir qué hacer
con la niña. Por eso… y por la carta que Maria escribió en su día en la
que confiesa que el padre de su hija es uno de los vecinos del edificio.
El silencio de los hombres y el miedo de las mujeres a tener que
enfrentarse a una situación así hace que los vecinos aplacen la prueba
de ADN que podría darles respuestas y tomen una decisión muy poco común:
harán del edificio el hogar de Mandorla, turnándose para cuidar y
educar a la niña.
Así es como Mandorla pasará su infancia
cambiando de piso y conviviendo con familias muy dispares entre sí:
desde el tradicional matrimonio con dos hijos, hasta la pareja gay,
pasando por la solterona, la familia que acaba de tener descendencia o
la pareja que prefiere tener perro a tener niños. Así descritas, las
familias pueden parecer típicas, prototipos familiares en la sociedad
actual. Y, en cierto modo, lo son. Pero más allá del cliché, permiten a
Mandorla (y al lector, con ella) descubrir las diferencias y semejanzas,
las frustraciones y las pequeñas dichas cotidianas que todos sentimos
tras cerrar la puerta de nuestra casa. Por eso decía que este libro es
mucho más que la anécdota: porque ofrece una galería de personajes
variopintos, diferentes, que se completan y se construyen mutuamente,
investigados literariamente no en su individualidad sino (y ahí está la
diferencia con otros libros y otros autores) en su condición de miembros
de unidad familiar. Una unidad familiar cambiante, no sólo por la
influencia que cada uno de sus componentes ejerce sobre los demás, sino
por la llegada temporal de un nuevo integrante, en principio ajeno al
núcleo familiar, al que hay que tratar, querer y cuidar como si fuera
miembro de pleno derecho.
Quizá porque cada uno queremos ver reflejado en los libros una parte de nosotros, La luz en casa de los demás
me ha parecido un elogio a la diversidad, a un sociedad dinámica en la
que muy pocos se atreven a decir qué es una familia y qué no… y quienes
lo hacen suelen equivocarse, agarrándose a modelos trasnochados que no
responden a una realidad mucho más rica y fructífera para cada uno de
los miembros de esas familias y para la sociedad en su conjunto.
Mandorla tendrá la oportunidad de
saberlo de primera mano. Convivir con familias bien diferentes entre sí
le permitirá abrir su mapa del mundo, aceptar la diversidad social como
algo natural y romper los férreos esquemas bajo los que algunos tratan
de encasillarnos. Pese al misterio que recorre la novela y que planea
sobre el día a día del edificio (¿quién será el padre de Mandorla?),
reina un clima de entendimiento, de fraternidad, de unión en la crianza
de la niña.
Pero Mandorla, ya adolescente, se mete
en problemas. Será entonces cuando un recién llegado al bloque se
plantee el éxito o el fracaso del modelo elegido por los vecinos para
educar a la niña. Será quien cuestione la formación sentimental, ética,
moral, escolar, cognitiva… de Mandorla, quien crea (no desde el
conservadurismo, sino desde el espíritu crítico) que andar de acá para
allá no es lo mejor para el desarrollo como persona de un ser humano,
precisamente en años vitales para su configuración como tal: entre los
seis y los diecisiete. Ejerciendo de abogado del diablo (y también
legal), forzará a Mandorla a revistar sus once años siendo hija del
edificio, siendo hija de todos y de ninguno, a hacer balance y a hallar
una conclusión final que le permita seguir adelante.
Precisamente, éste es el punto del que
parte la novela: el balance que hace Mandorla. Por eso, conoceremos los
detalles de su infancia desde el futuro (o sea, con una narración en
pasado) y en primera persona. Una exposición, pues, narrativa y
descriptiva… pero también analítica. A este narrador en primera persona
se une un segundo narrador, omnisciente, que completa las vivencias, las
experiencias y el pasado de los habitantes del inmueble, completando
así el cuadro que permite descubrir por qué cada uno es como es en la
actualidad y qué influencia tiene sobre Mandorla.
El perspectivismo conseguido con el
cambio de narrador (marcado tipográficamente con el uso de cursiva) se
refuerza con los continuos desplazamientos temporales a los que ambos
nos invitan; saltos cronológicos que abarcan un amplísimo arco temporal
(en algunos casos, retratan la infancia de varios de los vecinos) y
conceden un gran dinamismo, rompiendo la linealidad del relato y
ayudando a entender a los personajes.
Inevitablemente, surge la reflexión
sobre el peso del componente genético y del componente ambiental en la
educación y desarrollo de una persona. Y, pese a la convivencia en
sociedad, la soledad que todo ser humano siente en alguna ocasión. Una
soledad convertida en agujero en el medio de su cuerpo en el caso de
Mandorla, un agujero que se traga todos sus sentimientos, que no deja
que concilie el sueño por las noches, que tiene su raíz en la pérdida de
su madre (¿hay algo más triste y doloroso que un niño al que sólo
responde el silencio cuando llama a su mamá?) y hará que durante toda su
vida desee (y elabores oraciones para ello) convertirse en objetos
incapaces de sentir. Mandorla, que ha visto cómo su madre era sustituida
por un pedazo de papel, por la materia de la carta que le escribió,
también reza por convertirse en cosa, por dejar de ser una persona,
cargada de historia y de sentimientos. Por eso, en el fondo, siempre se
sentirá una impostora. Mandorla sabe que no es como los demás, que hay
algo en ella que hace que tenga que esforzarse para parecerse a los que
la rodean, sobre todo, a sus compañeros de clase, con los que no tendrá
muy buena relación. Pero, ¿qué es lo que la ha hecho diferente? ¿La
muerte de su madre? ¿Su propia personalidad? ¿Su variable educación? Y,
lo que es más importante, ¿qué consecuencias tendrá para el futuro?
La luz en casa de los demás
es, pues, una novela que, bajo su aparente sencillez, esconde
reflexiones vitales y sociales muy importantes. Y lo hace de una forma
natural, integrando estas preocupaciones en una narración bien armada,
que entrelaza, además, la descripción de las costumbres familiares de
los vecinos del edificio y de las experiencias individuales de Mandorla
con ese misterio sobre la identidad del padre. Además de esa
naturalidad, el gran éxito de la obra es su tono. A pesar de la
profundidad de mucho de lo que se cuenta (y se insinúa) en esta novela,
el tono en positivo en la mayoría de las ocasiones, claramente
humorístico muchas veces (a pesar de los latigazos que la cruda realidad
siempre pinta en nuestras vidas) y con los toques de inocencia propios
de una niña de seis años. Una novela, pues, muy fácil de leer, muy
entretenida pero que siembra semillas muy diversas y muy productivas en
la mente y en el corazón de quien la lee.