Llevo una semana dejando reposar todo lo que escuché, aprendí y debatí en el Coloquio internacional sobre literatura y mujer al que asistí la semana pasada antes de contarte las impresiones que se me han quedado dentro. Las organizadoras propusieron que se investigara los roles que la mujer ha desempeñado tradicionalmente en las producciones artísticas y culturales atendiendo al prisma de la moral (habría que puntualizar: de la moral dominante): buenas y/o malas.
Ya desde la Biblia los dos papeles quedan perfectamente definidos: la Virgen María es la buena, la madre amantísima, esposa devota, ama de casa perfecta, pariente cariñosa, entregada, comprometida, dulce y bondadosa donde las haya; mientras que Eva sería la mala, la pervertidora, la seductora, la que tiene ansias de sabiduría, la que lleva al hombre por el camino de la perdición. A ella se sumaría, ya en el Nuevo Testamento, la figura de María Magdalena, la prostituta (para qué queremos más). Eso, por no hablar de Lilith, esa mujer borrada de la Biblia y convertida en ser maléfico y asustadora oficial de niños en algunas culturas. Lilith aparece mencionada en una sola ocasión en la Biblia y de ella se dice que abandonó a Adán porque la obligaba a permanecer debajo de él durante el acto sexual. O sea, que no quiso someterse, no quería estar por debajo del hombre cuando Dios los había creado en igualdad de condiciones ("Hombre y mujer los creó", dice el Génesis 1, 26-28 y no es hasta el 2, 18-24 cuando dice eso de "No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude", de lo que se puede deducir que primero creó a un hombre y a una mujer iguales y que como le salió el tiro por la culata y Adán se quedó solo, tuvo que crear a otra mujer para que -¡ojo!- le ayudara. O sea, ya no son iguales, sino que Eva quedaría por debajo de él).
Desde entonces, los arquetipos "ángel de la casa" y "mujer fatal" (aún cuando estás denominaciones sean producto del siglo XX en el primer caso y del siglo XIX en el segundo) no han hecho más que perpetuarse, repetirse, evolucionar... y hacernos, en muchos casos, involucionar.
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La Cleopatra prototipo de mujer fatal (1934) |
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Una involución determinada por el papel social y familiar que se esperaba de la mujer en cada época histórica y que pudimos ver de una manera muy gráfica en el extenso análisis sobre la figura de Cleopatra que realizó Raquel Aliaga, apoyándose tanto en los documentos históricos como en las creaciones cinematográficas. Según contó, el mito de Cleopatra como mala malísima se creó en vida de la reina egipcia. Simplificando mucho, Octavio (quien se disputaba el control de la República romana con Marco Antonio, aliado de Egipto) fue quien empezó a hacer correr su mala fama como la pólvora. El cine ha recogido en multitud de ocasiones este personaje que, históricamente tuvo una importancia relativa (fue la última reina de procedencia griega de Egipto, la última de la dinastía ptolemaica, y, por lo visto, fue la primera reina que se dignó a aprender el idioma de sus súbditos, se mostró cercana a ellos y adoptó sus costumbres -se identificaba con Isis- y, por si fuera poco, les sacó de una gravísima crisis económica... Total, que ya quisiéramos una Cleopatra hoy en nuestras vidas). Pero nunca ha mantenido el arquetipo con las mismas características, sino que ha ido ajustándolo a lo que la sociedad iba demandando de las mujeres. Por ejemplo, la Cleopatra de De Mille (1934) es una Cleopatra de libro: seductora, manipuladora, inteligente, bella, sarcástica, que trata a César de tú a tú... vamos, una auténtica mujer fatal. Sin embargo, no es una mujer feliz. Curiosamente, sólo será feliz cuando encuentre el amor, momento en que renunciará a su trono. La razón socio-ideológica de este final está en el intento de restablecer el orden patriarcal tradicional (o sea, las mujeres en casa) después de la incorporación femenina al mundo laboral durante la I Guerra Mundial.
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La Cleopatra más famosa (1963) |
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Lo mismo ocurre, aunque en sentido contrario, con la Cleopatra de Mankiewicz, la interpretada por Elisabeth Taylor. Es una mujer fuerte, digna, valiente, bella, sensual pero no seductora. Por primera vez es presentada como madre (tal y como sucedió en la realidad) y también se destaca su cultura. Es pues, una Cleopatra fruto de un director progresista y nacida en uno de los momentos de más auge de los movimientos feministas (1963). Sin embargo, esta Cleopatra a la que muchas queríamos o queremos parecernos sufre una nueva involución en 1972 de la mano de Charlton Heston, que presenta una reina manipuladora, tonta, que castra a Marco Antonio, robándole su virilidad (algo de lo que ya la acusó Octavio y que en el filme se muestra claramente cuando maquilla a Marco Antonio y le viste con pendientes y collares). Es superficial, demasiado preocupada por su imagen, mala, con una lengua viperina, seductora y causante de la perdición del pobre Marco Antonio. Se vivía, claro, otro de los momentos de gran auge del feminismo y había que hacer frente a las demandas y modelos que las feministas proponían.
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La Cleopatra castradora (1972) |
Creo que por hoy es suficiente. Mañana continúo, que hay muuucho más que contar.
Nos seguimos leyendo.
Plas plas plas
ResponderEliminarMe ha resultado muy muy interesante el análisis de los diferentes roles de la mujer. Y lo has explicado genial poniendo como ejemplo la evolución de Cleopatra en el cine.
Y del principio...la historia de Lilith siempre me ha gustado mucho.
UN beso!
Pues la ideas han madurado muy bien. Buena entrada.
ResponderEliminarUn saludo.
Es de ensayo total bravo
ResponderEliminarMuy buena entrada. Un coloquio muy interesante. Me hubiera gustado asistir, pero desde luego con tu reseña nos dejas bien clarito todo lo que ahí se expuso. Gracias!!!
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