jueves, 31 de mayo de 2012

¿Por qué "Juntando letras"?

    Acabo de darme cuenta de que no os explicado por qué la columna que escribía en el periódico se llamaba "Juntando letras" y, por lo tanto, por qué este blog se titula "Juntando más letras". Mi primera columna lo hacía.


    En el mundillo de los medios de comunicación, una de las (muchas) maneras de denominar a un periodista en sentido despectivo consiste en llamarle ‘juntaletras’. Ciertamente, le quita mucho contenido a la profesión... pero, sinceramente, no lo encuentro tan peyorativo como otros.
    Porque juntar letras, hilvanar palabras y conseguir decir lo que uno quiere decir no es tan fácil como parece. En la redacción nos acribillamos a preguntas los unos a los otros: qué queda mejor, cómo se dice cuando..., decidme un sinónimo de... Todo para lograr que las letras, una vez juntas, tengan justo el sentido que uno quiere que tengan. A eso se le llama precisión. Lo enseñan en la facultad... pero no es tan fácil de conseguir. La lectura (y quizá también la escritura) entre líneas, las malinterpretaciones y los dobles sentidos son más frecuentes de lo que uno quisiera.
    Todo ello en el ámbito periodístico. Pero si viajamos al mundo de los sentimientos, lo de juntar letras se hace más difícil todavía. Y lo peor es que aquí sí que no tienes la posibilidad de acudir a una facultad durante cuatro o cinco años para aprender algo. La ‘universidad de la vida’ (dicen) es la mejor escuela. Pero a veces creo que sería mejor que también nos dieran unas clases sobre cómo expresar lo que uno siente, con precisión y, sobre todo, con valentía.
    Porque, ¿se han fijado cuánto cuesta, en general, hablar de lo que uno siente de verdad? ¿Se han dado cuenta del esfuerzo que hay que hacer para decirle a alguien (compañero, subordinado, pareja, hijo, amigo...) que ha hecho algo bien? No digamos ya pronunciar palabras tan terroríficas como ‘te quiero’ o ‘confío en ti’, ‘me he equivocado’ o ‘eres importante para mí’. Y eso que de juntar bien letras como éstas depende buena parte de nuestra felicidad.

domingo, 20 de mayo de 2012

Cuentista


    Siempre me han gustado los cuentos, aunque he de confesar que siempre he preferido el cuento literario al tradicional. Me parece un género condensado que, si está bien escrito, te golpea, te hace sentir, te coge de las solapas  y te sacude, transmitiendo todo su significado en unas pocas páginas. Es como el avecrem de la literatura: intenso y rápido. Pero, como todo buen guiso, también necesita que el resto de los ingredientes sea de calidad.
    Sin embargo, de un tiempo a esta parte, me he sentido más atraída por el cuento popular, el cuento tradicional, el que ha pasado de generación en generación a través de los siglos. En este sentido, dos lecturas teóricas me han impactado y me han dado mucho que pensar. 

     
    En primer lugar, Morfología del cuento de Vladimir Propp, una de las obras clásicas sobre el análisis de este género. Propp estudia el cuento tradicional y descubre que hay una serie de papeles, de personajes, y de situaciones que se repiten en todos ellos. No es que todos los personajes ni todas las situaciones se repitan en todos los cuentos, pero sí encontró una serie de pautas que resumió en lo que él llamó funciones y que cifró en 31. Si lo pensáis, os daréis cuenta de que es así. En muchos cuentos aparece la figura del príncipe, de la princesa, del rey, del caballero… y en las historias se repiten las prohibiciones, las persecuciones, los engaños, las salvaciones… Historias diferentes tienen, en el fondo, estructuras parecidas. Me parece un descubrimiento fascinante y una sistematización de lo más acertada. Por si queréis profundizar un poco más, os dejo el enlace a la reseña que podéis encontrar en Anika entre Libros. En este caso, no la he hecho yo, pero me parece una buena reseña de la obra.

 
    La segunda de esas lecturas es La mujer del pez y otros cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara, de Eulalia Castellote y José Manuel Pedrosa. Aunque el título alude a la provincia de Guadalajara y, de hecho, incluye una recopilación de cuentos tradicionales recogidos en ella, lo que más me llamó la atención (en el sentido teórico del que vengo hablando) fue el prólogo de la obra, en el que los autores explican, entre otras cosas, cómo han encontrado similitudes en algunos de esos relatos con narraciones contadas en lugares tan remotos como Caribe o China (como es el caso del cuento que da título al libro). ¿Cómo puede ser que el mismo cuento, o muy parecido, sobreviviera en la tradición oral china y en la de Guadalajara? Me parece una pregunta fascinante, que abre puertas a la influencia de unos lugares sobre otros (a través de las leyendas y noticias que pudiera traer los primitivos viajeros) pero, también, a la reflexión sobre los problemas, las preocupaciones o temas de interés comunes al ser humano, a todo ser humano, viva en el rincón del mundo en el que viva. Abro un pequeño paréntesis para contaros que este último libro está publicado en la editorial Palabras del Candil, una editorial  que está realizando una grandísima labor, publicando libros de cuentos y relatos, tanto para niños como para adultos. He tenido el placer de leer varios de ellos (tengo reseñas en Anika entre Libros de Las cenas contadas y de Yayerías, por si queréis echarles un ojo; no tengo reseña de La mujer del pez, pero os dejo el enlace de la editorial, por si os pica la curiosidad) y la verdad es que me parece que tienen cuentos maravillosos que, por supuesto, os invito a leer.
    Retomo el tema de los cuentos viajeros para explicar a qué viene este post: viene a que ayer vi un programa de televisión (aquí hago la ola; encontrar un programa interesante en la televisión actual me parece super complicado, primero, por la escasez y, segundo, por la dificultad de encontrarlos, marginados, perdidos, en un maremágnum de espacios zafios y repetitivos) en La 2 (claro) que analizaba, precisamente, el oficio de filólogo folclorista y hablaba de todas estas cuestiones y de algunas más, todas de interés. También os dejo el enlace por si queréis profundizar en lo que allí contaron.
    Y cierro el post con dos invitaciones/sugerencias, también relacionadas con los cuentos. La primera: durante el fin de semana del 15, 16 y 17 de junio se celebrará en Guadalajara el Maratón de los Cuentos, que ya cumple 21 añitos (ahí es nada), en el que se cuentan cuentos de forma ininterrumpida (sí, durante la noche también) desde las 17 horas del viernes y hasta las 15 horas del domingo. La verdad es que Guadalajara se transforma esos días, realmente se convierte en una ciudad de cuento, con todos sus ciudadanos volcados en contar y en escuchar. 

 
    Una auténtica maravilla. Además, las calles y parques cercanos al Palacio del Infantado, sede del certamen, se engalanan y visten para la ocasión, con un resultado siempre espectacular. Y, por si todo esto fuera poco, hay toda una serie de actividades que giran en torno al cuento: fotografía, dibujo, venta de libros, espectáculos callejeros… 



    En definitiva, una fiesta que no me pienso perder y a la que, por supuesto, os invito. Os dejo el programa para que veáis la cantidad de actividades que se organizan al hilo del Maratón.
    La segunda invitación es uno de mis últimos descubrimientos: los cuentos tuit del gran @pep_bruno. Son la esencia del cuento, un minirrelato en 140 caracteres. Un reto a la imaginación que está dando resultados que me encantan. Un ejemplo:


     ¡Una auténtica joya!

    Nos seguimos leyendo.

sábado, 12 de mayo de 2012

Encasillada


   
   Sé positivamente que a mi familia le crea ciertos problemillas mi estado civil, el hecho de que mi media mitad y yo llevemos casi nueve años viviendo juntos, tengamos una niña... pero no hayamos pasado ni por el altar, ni por mesa de ayuntamiento o juzgado alguna. Pero sé, también positivamente, que los problemas tiene más que ver con categorizarnos, con incluirnos en alguna categoría, que con un posible rechazo a la situación o a mi media langosta, que no es el caso. Pero sí es cierto que cuando alguien de mi entorno intenta presentárselo a otra persona se queda sin saber qué decir: es el futuro marido, es la pareja, es el novio, es el marido, es el padre de... Y al final todo resulta un poco incómodo.
    Pero esta incomodidad es muy llevadera comparada con la que me hacen sentir otras personas que no están en mi entorno. Sobre todo, aquellas que creen que por no haber firmado un papel no tienes unos compromisos, unos deberes y unas lealtades hacia tu pareja y piensan que aún sigues conservando los ‘privilegios’ de la soltería o aquellas otras que consideran que no tienes los mismos derechos que un casado, aunque sí tengas los mismos deberes. Cualquiera de los dos casos minusvaloran la situación y convierten en extraño algo que, para mí, es natural: mi media mitad y yo nos queremos y hemos fundado una familia, para mí tan válida como las demás.
    Lo que más pena me da de todo esto es el afán por encasillarnos que tenemos. Tienes que ser soltera o casada, blanca o negra, lista o tonta, gorda o flaca, rubia o morena, sin medias tintas, sin matices, sin grises. Cuando me encuentro en estas situaciones me acuerdo de El Principito: «A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ‘¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?’ Pero en cambio preguntan: ‘¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?’ Solamente con estos detalles creen conocerle». 
    En el fondo, es una manera más de perder nuestra libertad.
    Nos seguimos leyendo.
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