viernes, 30 de marzo de 2012

La posthuelga y el periodismo


    

    Los periodistas tenemos mala fama… y la verdad es que a veces parece que nos lo hemos ganado a pulso. Hoy es un día de esos en que creo que quienes piensan mal… aciertan. No hay más que ver las noticias, las portadas, los informativos de televisión, las tertulias… para darse cuenta de que algo va, muy mal, en nuestra profesión. Porque, ¿cómo puede ser que se ofrezcan al público dos versiones taaaaaan diferentes de lo que ocurrió ayer, del seguimiento de la huelga general?
Los montajes que comparan portadas, fotografías o imágenes de medios de un lado y de otro han circulado hoy por las redes sociales, indignando (lógicamente) a quienes se han tropezado con ellas al mirar su muro o abrir su Twitter. No es para menos. ¿Dónde quedó eso de la imparcialidad (no objetividad, que ésa es imposible desde el momento en el que la información pasa por el filtro del periodista) que nos enseñaron en la facultad?
    Yo me lo creí, cuando me lo contaron mis profesores. Y eso que, como diría uno de ellos, Arturo Merayo, aún andaba con el lirio en la mano. Nunca quise ser corresponsal en “guasintón”… pero la inocencia siempre ha sido uno de mis pecados capitales. Por lo que se ve, sigue siéndolo.
El descrédito es total. El público frecuenta los medios que saben que van a contar la realidad que se ajuste a su ideología. En la facultad siempre me hablaban de escuchar varios medios para hacerse a la idea de qué había pasado en realidad… y yo siempre me preguntaba: pero… ¿realidad no hay solo una, como la madre? Pues se ve que no, que realidades hay tantas como bocas que la cuentan y que uno no puede decir alegremente “este cura no es mi padre”.
    Me parece aún más grave teniendo en cuenta los tiempos inciertos que vivimos. La crisis ha sacado a la luz la verdad de muchos medios: que estaban al servicio de intereses ajenos a la información y que, cuando se torció la bonanza económica, era mejor pasar a otra cosa mariposa; que son un bien de consumo totalmente prescindible para quien se tiene que apretar el cinturón y capear el temporal con 400 euros (si tiene suerte) al mes; que siempre se pueden recortar medios y personal; y que los canales de información y ocio digitales (y gratuitos) le tienen la partida casi casi ganada a la prensa de toda la vida.
    Hace unos meses, leí un libro de Iñaki Gabilondo en el que analizaba cómo la era digital está transformando al periodismo. “El fin de una época”, se titulaba (con gran acierto) este ensayo en el que el periodista volcaba su interpretación de lo que está ocurriendo y sus interrogantes sobre lo que ocurrirá a partir de ahora, siempre con la base real de su (larga) experiencia. Instaba a los periodistas a que tomaran la rienda de la información más allá de empresas, políticos y situaciones económicas e insistía en abrir los ojos a la gente: la información no es lo mismo que el conocimiento; estar informado no es suficiente para conocer. Y si uno no puede estar ya ni siquiera (bien) informado… pues para qué seguir hablando. Gabilondo, en el fondo, era optimista y creía que encontraremos el modo de continuar adelante, como hizo la prensa ante la revolución que significó la radio y como hicieron estas dos cuando la televisión comenzó su reinado. Yo… no lo tengo tan claro. Creo que la crisis es profunda. Y lo es en el corazón (y la conciencia) de muchos periodistas casi tanto como en la credibilidad que nos otorga el público. Y si un periodista pierde su credibilidad… entonces, ¿qué queda? 

Por cierto, si os ha interesado el libro de Gabilondo, podéis leer la reseña que hice para Anika entre libros aquí.

Seguimos leyéndonos.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo

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  2. Muy acertado Lidia,¿No deberíais vosotros mismos cambiar todo esto ? imposible ¿Verdad?,la pasta es lo primero y en la situación en la que estamos es normal que la mayoría escriba casi lo que le dicten.

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