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martes, 9 de octubre de 2012

El niño que todos llevamos dentro


    Una de las cuestiones que, al margen de la propia vida de los libros y las historias, se planteó en las Jornadas de Animación a la Lectura de las que hablé la semana pasada y que más me he dado que pensar en estos días es la relación entre el niño que fuimos y el adulto que somos.
    Lo primero que me llamó la atención, en la primera sesión, fue que, a  pesar de que se supone que estábamos ahí, entre otras cosas, para aprender (aunque solo fuera con el ejemplo) a contar, a narrar en público, en voz alta, lo cierto es que la primera vez que la ponente nos invitó a salir a la palestra nadie dio el paso. Como los niños en el cole, bajamos la cabeza. Yo la primera, que conste. La vergüenza, el miedo al ridículo, el temor a ser diferente dando el primer paso, la confortabilidad de quedarse diluida en la masa nos pudo más. O quizá fue solo el recelo ante los desconocidos, porque en la última sesión casi todo el mundo quiso presentar ante los demás el fruto de su creatividad.
    No menos llamativo me resultó, también en esa primera sesión, el miedo o el escrúpulo o el recelo al contacto físico con los demás, con los desconocidos. Quizá por simple respeto al espacio personal de quien teníamos al lado, pero lo cierto es que cuando la ponente nos invitó a acariciar el pelo de nuestro vecino mientras cantábamos una cancioncilla (la idea era enseñarnos a relajar a los bebés, a mostrarles la importancia del contacto físico, lo reconfortante que es sentir la piel de alguien sobre tu piel) también nos hicimos los locos, hasta que no nos instó a ello tres o cuatro veces.
    En varios momentos de las jornadas se nos comparó con los niños, unas veces en positivo y otras en negativo. Incluso una de las ponentes dijo que dejásemos de ser adultos, que probásemos a volver a ser niños, aunque solo fuera durante las dos horas de aquella sesión. Lo hicimos… y disfrutamos, ¡vaya si disfrutamos!
A raíz de aquella experiencia no he dejado de reflexionar sobre cómo me sentí y sobre lo desconectada que vivo de la niña que hay en mí. Tanto, que he llegado a pensar que ya no estaba ahí, que la historia de Peter Pan es cierta, que no se puede ser niño y adulto a la vez, que cuando creces, olvidas; que madurar es, en el fondo, una manera de llamar a la pérdida de la inocencia, la frescura, la ignorancia de los prejuicios y las convenciones sociales. Pero, ¿por qué se produce esto? ¿Es algo natural, consustancial al proceso de maduración humano? ¿Es algo impuesto por la sociedad? ¿O, quizá, somos nosotros los que nos obligamos a ser adultos, a comportarnos como tales en todo momento? Llevamos nuestra coraza de personas serias, profesionales, maduras, responsables, seguras, fuertes… pero por dentro ¿qué somos? ¿Peterpanes? ¿Principitos? ¿Duendes?
Relacionarse con los niños ayuda a volver a conectar con tu propio pasado, a sacar de tu memoria tus propias experiencias infantiles: canciones, sentimientos, descubrimientos… regresan a ti como vía de acercamiento a ellos. Entonces… ¿es que seguimos siendo niños con cuerpos de adulto? Después de lo bien que lo pasé durante las jornadas, cantando sin pensar en lo mal que se me da, riendo a carcajadas, aprendiendo rimas, dejando que la imaginación volara, acariciando y venciendo resistencias sociales, contestando preguntas sin pensar demasiado en la respuesta, metiéndome de lleno en un universo de cuentos e historias donde no importa qué vamos a cenar hoy o cuándo tengo que entregar el próximo trabajo… quiero creer que la niña que llevo dentro ha regresado, que he vuelto a conectar con ella, después de años de olvido. Quizá esa niña le caiga bien a mi hija y sea una excusa más para pasar buenos momentos con ella. De hada a hada.
     Nos seguimos leyendo.





2 comentarios:

  1. Lidia qué post más bonito y que curiosa esta semana, que me voy encontrando con reseñas de libros con niños y planteándome cosas relacionadas. Es verdad que esa parte infantil de nosotros mismos nos puede aportar cosas a la vida adulta, la frescura, el disfrute, el sueño y lo cierto es que en parte se educa para dejar a un lado esas características y tendemos a la eficacia y la eficiencia, sin más. Pero esa niña está ahí y espero que pueda salir de paseo de vez en cuando. Un beso

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    1. Me alegro de que te haya gustado el post, Marilú. Muchas gracias por tu generosidad y tu comentario.

      La niña está ahí. Ayer echó una carrerilla con mi hija. Casi se queda en el intento... pero ahí estuvo jajajajaja.

      Besos!

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