Páginas

martes, 30 de diciembre de 2014

"Las olas", de Virginia Woolf: una forma muy diferente de contar

Las olas (Virginia Woolf)

Título: Las olas
Autora: Virginia Woolf
Editorial: DeBolsillo
Género: novela
Páginas: 304
Publicación: Octubre 2011
ISBN: 9788499890470

  Desde el momento de su publicación, Las olas ha sido considerada una de las obras capitales de la narrativa contemporánea, tanto por la original e hipnótica belleza de su prosa como por la perfección de su revolucionaria técnica. Con el paso de los años, su influencia en la literatura ha ido acrecentándose. La novela desarrolla, al compás del batir de las olas en la playa, seis monólogos interiores que, como un tapiz a cada instante tejido y destejido, formulan el relato caleidoscópico de la vida de seis personajes desde su infancia hasta la vejez.
   No me esperaba que Las olas fuera como ha sido. Es lo que tiene lanzarse a la aventura de estrenar libro sin leer nada antes de hacerlo. Pero me gusta que me sorprendan, que me propongan retos que hay que ir solucionando y que encuentre por mí misma la salida al laberinto que construyen para el lector algunos autores.
   Y es que al principio, no sabía ni quién hablaba ni cuándo. Toda la novela está construida a través de una serie de monólogos interiores de diferentes personajes. Pero lo curioso es que están escritos en presente pero introducidos por un verbo dicendi en pasado (así: "Veo un aro que pende sobre mí", dijo Bernard), así que hasta que entré un poco en la novela no conseguí hacerme con esta técnica que fue revolucionaria en su época (según leí después en la sinopsis) pero que todavía hoy sigue siendo sorprendente. 
    Obviamente, lo primero que pensé fue ¿y por qué este cambio de tiempos de verbales? Lo primero que se me ocurrió fue que el uso del presente actualiza los recuerdos. Cada uno de los protagonistas habla desde un pasado de algo presente, así que pensé que les ocurriría como cuando traes hasta tu memoria un recuerdo muy querido y, por unos minutos, quizá solo segundos, te parece que estás viviéndolo otra vez. Es el presente de lo que nunca muere, el presente de lo que permanece. O, como dice uno de los personajes, "todas esas cosas ocurren en un segundo y duran para siempre". El hecho de que los primeros recuerdos fueran de la infancia fue el detonante de esta primera deducción mía, pero a lo largo de la novela empecé a tener otras sensaciones: en otros momentos, ese presente es el presente de la incertidumbre, del qué pasará. Lo vi muy claro con las dudas sobre el futuro que tiene Bernard cuando se reúne con sus amigos después de comprometerse. ¿Cómo será mi matrimonio? ¿Qué pasará con mi relación con mis amigos cuando tenga a alguien con quien compartir la vida? Aunque eran hechos pasados, el presente ponía una nota de inestabilidad, de inseguridad, de falta de certezas.
   En un momento dado, hasta uno de los personajes habla de los tiempos verbales: "Cada tiempo verbal tiene un significado diferente. En este mundo hay un orden; hay distinciones, hay diferencias, en este mundo en cuyo umbral me encuentro. Sí, porque esto es sólo el principio". Así que pensé que el juego de presente y pasado continuo también era una forma de desordenar el inevitable orden cronológico de la vida. Muchas veces la literatura ordena los hechos pero también es verdad que a veces es necesario desordenarlos para comprender las relaciones (en ocasiones invisibles a primera vista) que se establecen entre ellos. O, tal vez, Woolf solo nos proponga un juego, un vaivén en el que el tiempo o el orden de lo acontecido es lo de menos y lo de más es la importancia de cada una de las escenas que se nos pintan. Aunque también es verdad que esas escenas, aunque elegidas a posta y entre las que median, en ocasiones, incluso varios años, están dispuestas a lo largo de la novela en riguroso orden cronológico: desde la niñez hasta la vejez.
   Finalmente, cuando avancé bastante en la novela y vi que el tema de las olas era un escenario permanente y una metáfora constante, se me ocurrió que ese juego de presente y pasado también producía un efecto de imitación del vaivén de las olas, lo mismo que la propia estructura de la obra en la que se intercalan estas escenas de las que hablo con una serie de descripciones poéticas, en cursiva, en las que el paisaje, el mar y sus olas son protagonistas. Este juego que se establece entre la narración y la descripción potencia la sensación de ir y venir de las olas y, además, establece un paralelismo muy bello dentro de la propia obra: en las narraciones de los niños que se acaban convirtiendo en ancianos a medida que uno lee, la autora nos guía a través de algunos de sus episodios de sus vidas, desde su niñez hasta su ocaso, mientras que en las descripciones, es el día el que va desperezándose, alcanzando su culmen y viajando hasta la puesta del sol.


NARRACIÓN INDIRECTA Y SECUNDARIA

 

   Otro de los aspectos curiosos de esta novela es que, en contra de lo que suele ocurrir, Woolf nos propone una especia de narración secundaria e indirecta, por llamarla de alguna manera (desconozco si hay un nombre técnico para esta forma de contar las cosas. Tendré que investigar). Me explico: generalmente, en una novela se cuentan las cosas que van pasando. Por ejemplo, un grupo de amigos se reúne tras el compromiso de uno de ellos y lo que se nos cuenta es, precisamente, eso: que se reúnen, dónde se reúnen, si se abrazan al verse y, por supuesto, se transcriben los diálogos de las conversaciones que se están produciendo en la mesa. Sin embargo, Woolf hace que, de algún modo, nos enteremos de que se reúnen pero, en realidad, no sabemos qué ocurre ni de qué hablan porque lo que nos cuenta es lo que cada uno de ellos va pensando durante la comida, tenga o no tenga relación con lo que está pasando. De algún modo, esa forma de narrar (recuerdo, mediante monólogos interiores) da la impresión al lector de que se quiere contar lo profundo, lo que se esconde tras las conversaciones (quizá triviales) que se están produciendo entre ellos. Pero, al mismo tiempo, hace que tenga un conocimiento de los hechos indirecto, tangencial. 
  Es, desde luego, una manera peculiar de presentar tanto a los personajes como la propia acción de la novela. Conocemos a los personajes a través de sus pensamientos, muchas veces divagaciones poéticas, en vez de a través de lo que hacen y solamente, en ocasiones, sabemos qué han hecho gracias a lo que nos cuenta algún otro de los personajes. Uno de ellos habla de un biógrafo y esa es la idea: un biógrafo se quedaría en la narración de los hechos, obviando los pensamientos, deseos y frustraciones más íntimas, mientras que Woolf hace justo lo contrario. Nuevamente, una forma bastante indirecta de darnos a conocer lo que está ocurriendo en la novela. Al final, la impresión que queda es que lo que pasa no importa, que lo que importa es lo que cada uno es por dentro, lo que piensa, lo que siente, lo que echa de menos, lo que cree que pudo ser y se quedó por el camino.
   Porque también hay mucho de esto en la narración de Woolf: un análisis de las relaciones ocultas que se establecen entre ellos (amores no confesados pero también odios, aunque solo sean puntuales) y de las frustraciones personales de cada uno de ellos, sobre todo a medida que avanza la novela, es decir, la vida, de esos personajes y ven cómo sus días no han sido tan excepcionales como pensaron/imaginaron/planearon que serían.
   De igual modo, ese acercamiento indirecto, ese uso del monólogo interior en vez de la narración directa y este captar los pensamientos más sinceros de cada uno de ellos también nos habla de la radical soledad del ser humano, de esa individualidad que nos condena a pesar de estar rodeados de gente.
   Woolf selecciona una serie de escenas, la mayoría de ellas correspondientes a momentos en los que el grupo de amigos se reúne, para contarnos también la historia de la pandilla en sí, eso sí, a través de sus individualidades. Los monólogos se presentan, así, a veces como complementarios o encadenados (unos continúan o responden a otros) pero también en ocasiones asilados, sin relación entre lo que se ha dicho antes y lo que se dirá después, más allá del mero paso del tiempo, lo que potencia esa sensación de soledad e individualidad. No obstante, el balance final que percibe el lector es una visión de conjunto bastante equilibrada, con cierto perspectivismo, aunque compuesta por individualidades. Es como una flor: el lector ve el conjunto, la flor, pero esta no es más que la suma de sus pétalos y su tallo.
   El ritmo lento y el estilo poético ponen la guinda a este pastel tan sorprendente pero que transmite tantísimo, tanto en su forma como en su contenido. Desde luego, una novela magistral que propone bastantes retos al lector.
    Nos seguimos leyendo.

   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto autores de la A a la Z: W 
  •  Reto Grandes Monstruos de la Literatura: 3/10
  

5 comentarios:

  1. Me llama la atención este libro pero ahora no lo disfrutaría, quizás en otro momento, besotes

    ResponderEliminar
  2. Este libro es uno de mis monstruos. Pero un día caerá. O no...
    Besos

    ResponderEliminar
  3. Esta autora pendiente....hay que solucionarlo ;D

    ResponderEliminar
  4. Tengo que animarme o atreverme con este libro. De la autora leí La señora Dalloway, que disfruté mucho, aunque me costó entrar en ella.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
  5. Tengo muchas ganas de leerlo, además es una autora pendiente desde hace tiempo =)

    Besotes

    ResponderEliminar