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viernes, 20 de julio de 2012

Mi forma de resistirme al paso del tiempo

Las cosas con capacidad de convertirse en un recuerdo suponen el deseo personal de atender a la vida, de vivir con atención, con amor. [...] Los enamorados ponen mucha atención cuando se besan,  los que viven con mucha atención, con mucho amor por la vida, suelen llenar sus habitaciones de cosas” (Luis García Montero, Una forma de resistencia)

    Ya he hablado en varias ocasiones (aquí y aquí) sobre cuánto me gustó este libro. Y ayer, divagando en mi sofá tras cerrar otro diferente, volví a pensar en él. Miré a mi alrededor y me di cuenta de cuántas cosas que me recuerdan a gente a la que quiero mantengo junto a mí. A pesar de mis múltiples mudanzas, de los cambios de la vida y de las redecoraciones... ahí siguen.
    Generalmente, ni reparo en ellas, ya forman parte del decorado de mi día a día, no son un objeto nuevo al que se te va la vista en cuanto nota algo diferente en el entorno. Pero en tardes como las de ayer, en las que estás sola en casa, leyendo tranquilamente en el sofá, al ladito del ventilador... a veces terminas el libro, lo cierras y miras a tu alrededor para paladear la historia que acabas de leer. Y en el resbalar de los ojos por las cosas, a veces se detienen en un objeto. Lo miras con atención y sonríes. Las cosas son vigilantes del recuerdo”, dice García Montero. Y ahí están, mostrando lo que con tanto celo vigilan y guardan: la resurrección de un momento feliz, de una persona querida, de otro tiempo y otra vida. 
    El detonante fue este móvil que me regaló mi hermana cuando vivía en Salamanca, hace unos diez años. Lo tengo colgado en la barra de la cortina y emitía leves soniditos con la brisa de la tarde. Tres mudanzas y ahí continúa.

   Empezó mi viaje por el tiempo. Sin necesidad de pagar billete, sin ni siquiera moverme, sólo girando la cabeza, otro puñado de recuerdos: el reloj que me regaló mi amigo Valero en el ocaso de la adolescencia, los búhos que mi amigo Edu me ha ido comprando a lo largo de los años y el jarrón lleno de manzanas que mi amiga y compañera del periódico en Toledo Marta me regaló cuando me fui a vivir a Alcalá. Pensé en ellos y calculé cuánto tiempo hace que no les veo. Y a pesar de ello, los recuerdos y la felicidad me llenaron de alegría.
      Me sentía tan bien, que pensé que esto no podía quedar en el salón. ¿Cuántas cosas de otras vidas guardo en mi vida actual? En la entrada, uno de los objetos con más años: el espejo que me regalaron mis primos Isma y Alicia cuando tenía... ¿13 años? 23 años conmigo. No está mal. Era la época en la que nos hacíamos regalos en Navidad. Ahora son nuestros hijos los que reciben las sorpresas.

   Si este es uno de los más antiguos, pensé que el más viejo de todos mis objetos podría ser este megareloj que me trajeron los reyes a los 11 o 12 años y que tantas horas de estudio compartió conmigo. Confieso que dejó de funcionar hace unos tres o cuatro años... pero he sido incapaz de deshacerme de él.

    Y ya metidos en el estudio, otro regalo con solera: los sujetalibros que me regaló mi amiga María, no recuerdo si en COU o en los primeros años de carrera.




      Más reciente, el espejo que me regaló mi chico en nuestras primeras navidades juntos, cuando sólo llevábamos un mesecito juntos. Este diciembre hará diez años....


   Y como una cosa lleva a la otra, una de mis cosas más preciadas: el diario del bebé con portaobjetos incluido que me regaló Virginia, la prima de mi chico, cuando di a luz. En él voy guardando pequeños tesoros de mi gran tesoro: mi hija. Ahí están las pulseras que nos pusieron en el hospital, el chupete que solo utilizó 10 días, algunos juguetes ya rotos, su primer carné de la piscina, las entradas del concierto de Cantajuegos, las identificaciones de las maletas de nuestro primer verano en la playa... Un puñadito de vigilantes del recuerdo que me provocan una sensación muuuuuy cálida por dentro y un sentimiento de absoluta felicidad.

    Estos son solamente algunos de los testigos de mi trayectoria, algunos de los hitos de mi camino. Ellos tiran de otros recuerdos y otros amigos que siguen en mi vida y en mi memoria (no puedo pensar en Edu sin invocar a Cova o a Jorge o a Uka o a Goyete o mis compis de la facultad y de las teles, ni en mi hermana sin acordarme de mi madre, ni en Toledo sin volver a sentirme próxima a Esther, a Mariluz, a la comandante Barcenilla...; ni en mis primos sin pensar en mi gran familia, ni en Valero sin recodar a Jorge, ni en mi megareloj sin pensar en mis compañeras del cole, ni puedo ver un periódico sin recodar a la gente de La Tribuna...). Estos objetos forman una red, dibujan un mapa de tiempos, personas, ciudades y sentimientos. Un mapa que es mío, que jamás podré olvidar y que continúa guiándome en mi presente. ¿Cuál es el tuyo?
    Nos seguimos leyendo.
















4 comentarios:

  1. Como te entiendo Lidia!
    Yo también soy de tener los regalos de amigos por toda la casa y meditando sobre lo que nos cuentas...
    Es verdad que están a tu alrededor formando parte de la decoración de tu casa y pasan desapercibidos a excepción de pequeños momentos en que por alguna razón hace volver a recordar a la persona que te lo regaló.

    Quizás ahora que pienso... pueda hacer una entrada enseñando mis recuerdos. Vale?

    Un beso graaaaaande :)

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    1. !Estaré encantada de leerla, Nieves!

      Besos... y gracias por formar parte de mi mapa bloguero ;)

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  2. Las cosas no dejan de ser parte de nosotros, no por lo que son, si no por lo que nos recuerdan o lo que han significado para nosotros o para los demás. En el periódico tenemos una sección 'Mis diez imperdibles' en el que personas conocidas nos presenta sus diez objetos más preciados. Al principio, cuando se lo propones, la gente tiende a decir que le parece algo muy frívolo, pero cuando se animan, acaban reconociendo que esas diez cosas, en realidad, explican quiénes son. Me ha encantado esta entrada.

    Tengo el libro pendiente de leer.

    Un beso

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    1. ¡Qué buenísima idea, Dorothy!! Nunca se me ocurrió hacerle tal cosa a los entrevistados, pero lo cierto es que los objetos sí pueden llegar a decir muchas cosas de ellos mismos.Incluso a pesar de las máscaras y las poses que ponen a veces jajajaj.

      Un beso

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